domingo, 27 de febrero de 2011

Gran Canaria 3 (2010) Buscando cetáceos

Delfines Stenella coeruleoalba. Foto: Carlos Gutiérrez.
Un par de mañanas Gorka nos llevó por la costa a buscar cetáceos con la zódiac que utilizan en Buceo Canarias para las inmersiones. La verdad es que no es tan fácil dar con ellos, hay que pasar mucho rato recorriendo y oteando el mar para acabar viendo algo. Desde una zódiac estás tan a ras del agua que si hay un poco de oleaje pierdes fácilmente la visibilidad. Uno de los dos días fue especialmente bueno para esto, ya que el mar estaba como un plato, especialmente a primera hora de la mañana cuando aún no se había levantado el viento. Sin a penas un rizo en el mar se podía ver si se movía algo a cierta distancia. Así, los dos días que salimos lo hicimos aprovechando la primera hora, pero esos madrugones tuvieron al final su recompensa. Tengo un recuerdo de los delfines saltando contra el amanecer como una de las observaciones más espectaculares que he tenido con estos animales.



Delfines Stenella coeruleoalba. Foto: Carlos Gutiérrez.
Todos ejemplares que observamos fueron de dos especies, delfines listados (Stenella coeruleoalba) y calderones grises (Grampus griseus) como los que vimos el día anterior desde el velero. Sin embargo, de cada una vimos unos cuantos grupos que pudimos seguir y disfrutar bastante bien. Verlos desde la zódiac es impresionante, con un poco de tacto te puedes acercar a los grupos y tenerlos cerca sin que se molesten, aunque los hay más tímidos y otros más curiosos. Los delfines son los más saltarines y de ellos te esperas algo así, pero el repertorio de conductas de los calderones grises me pilló por sorpresa. Los calderones no son muy de saltar, sino que les sueles ver sacar la aleta y el lomo en pasadas como a “cámara lenta”. Uno de los grupos que estuvimos observando parecía estar jugando con nosotros. A parte de hacernos pasadas por debajo, si nos situábamos con la luz del amanecer detrás nuestro para verlos bien, al poco perdíamos al grupo y volvían a reaparecer a contraluz. Así una vez tras otra.


Grampus griseus sacando el ojo. Foto: Carlos Gutiérrez.
Estos calderones parecían querer vernos con la luz a su favor ya que cuando estaba a favor nuestra ellos nos veían a contraluz. Y es que esto de que nos observaban era literal, ya que les vimos en varias ocasiones sacar el ojo fuera del agua en sus pasadas, lo que creo no es demasiado habitual. Esta especie de calderón es fácil de reconocer tanto como especie, como individualmente por las marcas en su piel. Su cuerpo gris claro está todo cubierto de cicatrices blancas causadas por los dientes de otros congéneres y el patrón de marcas es por tanto identificativo de cada ejemplar. También dicen que algunas de estas marcas son producto de confrontaciones con los cefalópodos de los que se alimentan, lo que ya despierta en uno la imaginación de Julio Verne en Cien mil leguas de viajes submarinos.



Calderon gris Grampus griseus. Foto: Carlos Gutiérrez
Otro de los comportamientos que me llamaron la atención fue el de uno de ellos que puso la aleta completamente vertical y se mantuvo así por un momento. La verdad es que no parecía el típico movimiento que hacen los cetáceos y los buceadores para sumergirse buscando ofrecer menor resistencia para la inmersión. Cuando eso ocurre, suele salir solo una parte pequeña del cuerpo y el hundimiento es más rápido. Aquí la proporción del cuerpo fuera del agua era mayor y más parecía una posición sostenida como forma de comunicación social que cualquier otra cosa. Y es que a los cetáceos se les tiene por animales bastante inteligentes y sociales, lo que lleva aparejado un buen número de pautas de comunicación entre ellos.


 
Vista desde Pico Las Nieves. César María Aguilar Gómez.
Ya dejando el mar, los días que pasamos en Gran Canaria también recorrimos más someramente el interior. Esta isla no es de las mejor conservadas del archipiélago pero aún así tampoco desmerece un paisaje tan montañoso. Visitamos el Pico de las Nieves de 2200 m con sus extensos pinares y la vista del Teide nevado en el horizonte. También Osorio, un monte umbrío con algunos barrancos y un bosque con especies aclimatadas desde antiguo pero foráneas como es habitual en muchas islas, es el caso aquí de castaños (Castanea sativa) y alcornoques (Quercus suber) de muy buen porte. De camino en estos recorridos por el interior, de refilón tambien algunos endemismos de aves canarias como el bisbita caminero (Anthus berthelotti), el mosquitero canario (Phylloscopus canariensis), el canario (Serinus canaria) y las subespecies propias de herrerillo común (Parus caeruleus teneriffae) y pinzón vulgar (Fringilla coelebs tintillon).

viernes, 18 de febrero de 2011

Gran Canaria 2 (2010) A vela en mar abierto

Saliendo al mar. Foto: César María Aguilar Gómez
La otra parte marina de los días que estuvimos en Las Palmas fue la de salir al mar pero ya en superficie. El día que fuimos con el velero de Guillermo a dar una vuelta hacía poco viento así que avanzábamos un tanto lentos. Aun así, fue la primera vez que navegaba a vela y es una sensación bien curiosa. Saliendo desde el puerto deportivo pudimos ver unos cuantos cargueros de grandes dimensiones parados en el mar a cierta distancia. Entre ellos había algunos rusos de aspecto soviético con la estrella roja pintada en lo alto del barco. Parece que vienen aquí a repostar, pero para ello no necesitan entrar en el puerto pues son los propios barcos-gasolinera los que se acercan a ellos con el combustible. Navegar a vela es diferente a cualquier otra forma de hacerlo, cuando montas en barcos a motor, ferrys o lanchas siempre tienes el martilleante ruido de los motores junto a ti, pero con el velero es diferente. Sorprende ver como es cierto que con solo un poco de viento puedes llegar a mover un trasto tan grande.


En la casa-barco de Guillermo. Foto: J.Calzada
Sin ruido de motores en un velero hay un gran silencio a tu alrededor solo acompañado por el sonido del oleaje golpeando de forma acompasada el casco y el de los tirones del aire en las velas. La verdad es que es la banda sonora ideal para un horizonte con solo agua 360º a tu alrededor, un paisaje que causa un cierto “vértigo” al vacío marino a los poco acostumbrados como yo. El paseo no fue muy largo pero tuvo su recompensa cuando pasaron varios calderones grises (Grampus griseus) cerca del barco. Esta primera vez los vimos poco rato ya que con un velero no se puede maniobrar mucho como para ir siguiéndolos. En el recorrido, ya cerca del puerto, nos cruzamos también con algún que otro crucero gigante tipo “Vacaciones en el Mar” con montones de lucecitas en cubierta, vamos que uno ya se imaginaba ese ambientillo fiestero en alta mar de la serie aquella… “¿un backgamon caballero?”. 
 

"Elcano" y fragata de la armada. C.M. Aguilar Góme.
Pero del repertorio de embarcaciones la más sorprendente fue un gran velero que dejaba Las Palmas y desplegaba nada menos que cuatro grandes velas. Con ese tamaño no podía ser otro que el buque-escuela Juan Sebastián Elcano, como nos enteramos más tarde y que iba acompañado de una fragata de la armada. El buque es una réplica de los grandes barcos veleros que surcaban los mares en la época “romántica” de la navegación, cuando todo era hecho a favor del viento, sin la ayuda de motores. Pero aún hoy hay mucha gente en ese plan, aunque las embarcaciones son mucho menores, nada que ver con el impresionante Elcano donde es necesaria una nutrida tripulación para hacerlo navegar. El puerto deportivo de Las Palmas es uno de los “puntos calientes” de la navegación a vela, al menos en las fechas en las que estuvimos. Y ello porque desde aquí parten muchos de los veleros que van hasta Sudamérica cruzando el Atlántico. La época buena para emprender la travesía parece ser que acaba en enero, así que algunos de los veleros que ahora hay en el puerto son de ese tipo de viajeros que están avituallando para la gran travesía.



Bonito listado para cenar. César María Aguilar Gómez.
Días antes en Logroño escuchando el programa de viajes de Roge Blasco “Levando Anclas” de Radio Euskadi oí hablar a una pareja que estaban preparando esa travesía. Comentaban que estaban haciéndolo en el puerto de Las Palmas, la chica la verdad es que tenía un voz bien peculiar y reconocible. Paseando por el pantalán del puerto enseguida reconocí aquella voz, así que aún andaban llenando el velero a unos pocos metros del barco donde dormíamos. Pero en estos veleros también de vez en cuando se puede comer pescado fresco si tienes algo de suerte. Nosotros de regreso al puerto, la caña que llevábamos echada en popa dio un tirón y nos hicimos con un bonito listado que nos cenamos esa noche con unos amigos de Guillermo junto con unas barracudas que les habían regalado. La verdad es que Isaac, Gorka y el resto de gente de Buceo Canarias con los que estuvimos esos días, se portaron con auténticos anfitriones y así se disfrutan mucho más los sitios que se visitan.

lunes, 14 de febrero de 2011

Gran Canaria 1 (2010) Buscando bajo el agua

Carlos, Isaac, Javitxu y yo mismo. Foto: Carlos Gutiérrez.
Hace justo un año, en enero de 2010, pase unos días por la isla de Gran Canaria. En la Península se daban algunas de las temperaturas más bajas de todo el invierno, hasta el punto de generar retrasos en los aeropuertos por las persistentes heladas en las pistas de aterrizaje. En esos momentos se agradece tener esas islas tan a mano para escapar en unas minivacaciones de invierno. En realidad no era la primera vez que visitaba el archipiélago, aunque ya habían pasado 11 años desde la vez anterior. Entonces fue con motivo de unas jornadas ornitológicas de la SEO (Sociedad Española de Ornitología) en las que aprovechamos para visitar algunos lugares de Tenerife, La Gomera y Fuerteventura, un poco a la carrera pero sin dejar de ver los pinzones azules del Teide (Fringilla teydea), la hubara canaria (Chlamydotis undulata) o las palomas rabiche (Columba junoniae) y turqué (Columba bollii) entre otras aves. Entonces fuimos Carlos Gutiérrez y yo, y esta vez la compañía fue la misma y además nuestro amigo común Javier Calzada. Guillermo, el hermano de Carlos vive en Las Palmas desde hace tiempo y últimamente lo hace en un pequeño velero en el puerto, así que teníamos donde quedarnos. Aprovechamos esos pocos días para bucear, recorrer algo de la isla y hacer varias salidas al mar, una con el velero de Guillermo y dos más a buscar cetáceos.



Algunas especies identificadas. Fotos de internet.
Mi relación con el buceo es un tanto contradictoria, aunque me gusta y me compensa por lo que veo ahí abajo, como lo hago de ciento en viento me cuesta encontrarme cómodo y recordar toda la técnica cada vez que lo retomo. A parte, siempre ando con problemas de descompresión en uno de los oídos y suelo coger pequeñas infecciones. El caso es que si no tiran de mí me cuesta ir a un club de buceo y hacer una inmersión con otra gente, así que este plan de bucear con amigos era perfecto para mí. Javitxu iba a hacer el curso para sacarse el carné de buceo con unos amigos de Guillermo y nosotros aprovecharíamos también para ir con ellos a bucear. Al final acabe siguiendo con ellos las clases prácticas que no me vino nada mal el repaso. Fueron varias inmersiones en el norte de la isla, en la zona que llaman “Sardina” y al final una a un pecio hundido, el Arona.



Más especies identificadas. Fotos de intenet.
Hablando con gente que bucea, algunos comentan que lo que más les engancha es esa sensación de ingravidez, el silencio y la paz que se respira bajo el agua, al menos eso me dijo una mujer que llevaba ya “tropecientasmil” inmersiones y que vino con nosotros al pecio en la zódiac. Yo creo que no he llegado aún a ese nivel de “confort”, si no viera ahí abajo más diversidad que haciendo snorkel en superficie ni me molestaría en bajar con todo los trastos. Pero abajo ciertamente se ven más especies, más numerosas y ejemplares mayores que en la superficie. Andar debajo del agua si una guía a mano, al principio “aturulla” a cualquier naturalista y da cierta impotencia. Vas viendo montones de peces que crees que luego vas a recordar y afuera resulta que caes en que no te fijaste en tal o cual carácter diagnóstico para poder identificar una especie. Aun así, salvando algunos peces con morfologías muy similares, si que hay otros que se identifican más fácilmente.


Sitios de buceo. Imágenes Buceo Canarias
A parte de algunos lábridos, salmonetes o sargos, similares a los que suelo ver haciendo snorkel, me llamaron la atención algunas especies de familias como los peces payaso o castañuelas (Abudefduf laridus-Fula negra-, Chroris limbata-Fula blanca-), los peces globo (Canthigaster capistrata-Gallinita-) que son una pasada la forma de nadar y aproximarse a ti, o los peces loro (Sparisoma cretense-Vieja-). Con algunos de los que creí identificar correctamente, preparé un pequeño cuaderno de campo con imágenes de internet, son las imágenes que acompañan aquí al texto. A ver si con ello consigo no olvidarlos para la próxima vez que bucee, que yo tengo muy mala memoria para estas cosas. También me alucinaron mucho los peces trompeta (Aulostomus strigosus) y los grupos de barracudas (Sphyraena viridensis) con esos lomos plateados y esa mirada inquietante de depredador. La última de las inmersiones, la del pecio Arona fue la más alucinante, aunque por mi parte tuve que pelear con mi oído reacio a la descompresión en una inmersión que llegaba a los 20 metros lo más abajo que he estado. El esfuerzo valió la pena,  la cantidad de vida que hay alrededor de una estructura así es impresionante. En realidad un barco hundido funciona como un arrecife, en un medio homogéneo como es el mar abierto de repente pones un sustrato sobre el que crecer y todo se llena de vida alrededor.

martes, 8 de febrero de 2011

Algunos libros de viajes por Perú 2


Río de América 
Luis Pancorbo 
Ediciones Folio 2004
ISBN 84-413-1995-2

El conocido antropólogo Luís Pancorbo reúne en este libro un buen número de relatos de viajes por toda América de norte a sur. Sus incursiones tienen en común siempre un río para acceder a alguno de los grupos étnicos a los que va a documentar. Solo una parte del libro está dedicado a Perú y a la cuenca amazónica, pero es sin duda una parte importante y si no ahí están las palabras con que se inicia este libro “Hay países que merecen, como los ríos, una vuelta continua. Allí, y cada uno tiene un allí, te encuentras bien; nunca te han dado una puñalada, muchas son las gentes y rincones que te quedan por ver.  Ese es mi caso en Perú y creo que lo será por largo tiempo”… casi nada. En ese deambular por Perú y remontando sus ríos le da tiempo a divagar y a hacer múltiples reflexiones que es en lo que se basa gran parte del libro, algunas más accesibles y otras menos, que de todo hay. En realidad, la forma de abordar estas “memorias” de viajes es una expresión muy acertada del estado de ánimo en esos recorridos lentos por los ríos tropicales en los que al rato el paisaje, aunque espectacular, se vuelve monótono y uno entra en un estado de introspección muy dado a hilar ideas, divagar, hacer balances y dejarse llevar por una cascada de reflexiones.



Hay una de esas ideas que impregna el libro con relación a Perú, el amargo sentimiento de ver cómo la sociedad peruana sigue viéndose en la historia. A pesar de la fascinación que tiene el autor  por el país, encuentra que quinientos años después de la colonización la sociedad mantienen una “victimización” que no se da en otros lugares, revindicando frente a todo lo hispano una sociedad idealizada que él denomina el “incario” y que como la presentan no existió ni siquiera antes de la conquista. Antes de viajar a Perú, me pareció un poco raro, e incluso políticamente incorrecto, un punto de vista así en un antropólogo e incluso un prejuicio a la defensiva de un español harto de reproches en sus viajes por Sudamérica, pero después de viajar al país yo también lo veo así. No es por desmerecer a nadie, pero es cierta esa idealización que se respira de todo lo incaico frente a lo hispano. No es una cuestión de no potenciar lo indígena o las visiones propias, pero parece que allí y solo allí la historia se hubiera detenido hace quinientos años por la colonización. No es cuestión de comparar, pero sin ir más lejos los pueblos celtíberos o prerromanos de la Península Ibérica fueron colonizados y subyugados por Roma, luego por los visigodos y demás pueblos del norte y más tarde por los árabes y a pesar de ello se asume más o menos con igual valor la contribución de todas esas culturas, a diferencia de lo que sucede en Perú donde se confronta buenos y malos de forma algo maniquea. Eso no impide olvidar que la colonización allí fuera brutal, al igual que cualquier otra conquista en la historia en cualquier lugar del mundo. En fin que el libro es algo más que un libro de viajes, muy interesante para completar una aproximación viajera al país.
 



El río de la desolación. Un viaje por el Amazonas
Javier Reverte
Radom House Mondadori 2004. Barcelona
ISBN 84-8346-020-3 (vol 523/7)

Javier Reverte es para mi uno de los mejores escritores de viajes actuales. En su estilo entremezcla lo cotidiano de un viaje sin mayores complicaciones, como el que podríamos hacer cualquiera de nosotros, con historias que busca y documenta en los lugares por los que va pasando. En ese sentido aporta lo que a otros muchos se nos escapa transitando solo por el paisaje, el bagaje histórico de los lugares. El anterior libro que había leído suyo, “El corazón de Ulises”, sobre un viaje por los lugares de la Grecia antigua, me había gustado mucho y quizá por ello esperaba algo más de este. Imagino que el ánimo con que escribió este influyó bastante, ya que en el viaje por el Amazonas estuvo a punto de perder la vida por una malaria mal diagnosticada. Quizá también yo había leído previamente más de la zona que en otras ocasiones y por ello algunas historias no me resultaron a la altura de otros libros. También pienso que este libro está escrito más desde la profesionalidad de un encargo bien hecho, que desde las ganas y pasión de recorrer un sitio deseado, y algo de todo ello se trasluce en la narración.




No siempre se logra un libro “redondo” aunque se sea un buen escritor. Hay una parte en la literatura de viajes que el escritor no elige y son las cosas que le suceden en el recorrido, que pueden ser más o menos interesantes pero son las que son, aunque se cuenten con la mayor de las habilidades. Aún así, esto es solo una cuestión de comparaciones y de expectativas mías, ya que en general no lo considero un mal libro. No todo él transcurre en Perú, pero sí la primera parte con algunos sitios comunes al viaje que hicimos el año pasado, como Arequipa, el valle del Colca o Pucallpa. El resto se adentra por el Amazonas brasileño y va recogiendo esas historias de desolación de la gente que ha vivido y que aún vive por allí, algo que contrasta con la idealización que hacemos de lo que debe ser la vida en una selva, así que nada más apropiado que el título del libro.



 



Los Andes. Crónica mágica de Perú y Bolivia
Jesús López de Dicastillo Gorricho
Editorial Laser 1986. Pamplona
ISBN 84-86136-11-3 


Este libro de viajes me costó lo mío conseguirlo ya que se trata de una edición de los años ochenta completamente descatalogada. Algo de ello y de su autor lo cuento en una de las entradas sobre Perú, ya que Jesús lleva actualmente el albergue Humboltd en Puerto Bermúdez.  http://viajesnaturalistas.blogspot.com/2010/11/jardines-albergue-humboltd.html. A comienzos de los ochenta, y tras pasar un tiempo recorriendo sudamérica en bicicleta, Jesús se pone a caminar como un “Forrest Gump” durante dos años (7000 Km y 630 días de viaje)  por múltiples rincones de la cordillera de los Andes, y también de la cuenca amazónica, de esos dos países.  El libro recoge sus propias vivencias, un buen número de historias sorprendentes que le fueron contando las gentes que encontró por el camino, así como mitos y tradiciones que recogió en todas aquellas zonas. 

 

Eran años difíciles para andar por allí con todo el estallido de la revolución y posterior represión militar que supuso la aparición de la guerrilla de Sendero Luminoso, con especial presencia en las zonas andinas. Situaciones que se van leyendo estremecido por los derroteros que llevan los acontecimientos, y sino ahí esta la parte de su secuestro en La Paz por parte de la propia mafia policial. El libro también recoge algunas fotos del transcurso de las travesías, y en especial algunas muy buenas y con gran carga expresiva de retratos  y situaciones del país. Toda estas historias no solo se pueden leer, también se pueden oír de boca de su propio autor, ya que Jesús es un infatigable contador de ellas a cualquiera que pase por su albergue en Puerto Bermúdez. Historias que irá tejiendo con críticas a la corrupta situación política del país, al clientelismo o la degradación del medio natural a la que está asistiendo desde que se asentó en Pto. Bermúdez. Y es que desde ese lugar no da tregua a los poderes locales en su réplica constante a la corrupción y la rapiña sobre la selva, convirtiéndose en una persona incómoda para muchos de ellos. Incomoda pero necesaria para muchos otros, que sin una cultura  crítica, se dejan llevar por los derroteros de los que se apropian de lo común para su uso particular dejando detrás una naturaleza amazónica depredada y empobrecida.

sábado, 5 de febrero de 2011

Algunos libros de viajes por Perú 1

El pasado verano al regreso del viaje por Perú me entró una “compulsión” lectora de libros de viajes para prolongar un poco más la sensación de las vacaciones. Durante buena parte de las tardes de verano me aposté en mi metro cuadrado de felicidad (mi mini balcón a la calle San Juan) a saborear esas historias de lugares que ahora ya había conocido con mis propios ojos. Unos libros me llevaron a otros y comenzando con los de Perú, acabé pasando por geografías como Colombia, Brasil, Chile, Etiopía o Afganistán (p.e. el libro que ya comenté de J.G. Pallarés “Viaje al país de los Kafires”) y también por temáticas no exclusivamente viajeras, también musicales, políticas, sociales o etnográficas con escritores autores como Ryszard Kapuscinski, Carmen Sarmiento, Ruyard Kipling o Santiago Roncagliolo entre otros. Pero ahora quería comentar algunos de temática viajera que ando ojeando estos días que estoy planeando un nuevo viaje a Perú. Son cinco libros, cuatro de autores españoles y uno de un norteamericano. Empiezo por este último.


El descenso del Amazonas
Joe Kane
Ediciones B 1998. Barcelona
ISBN 84-406-8716-8

Este libro lo “descubrí” hace la friolera de nueve años y me quedé tan impactado de los paisajes del Amazonas y de la travesía en kayak, que creo que aquello fue el germen de mi idea de visitar en algún momento la cuenca amazónica y por otra parte de echarme a los ríos en kayak. Lo primero lo hice realidad en el reciente viaje a Perú y lo segundo lo vengo practicando desde hace más de cinco años en el río Ebro remando por libre, con nulo espíritu deportivo, pero perdiéndome sin prisas por islas, meandros y "madres" del río. En los próximos meses sacaré un artículo sobre esas experiencias en kayak por el río Ebro en la revista “Piedra de Rayo”, que más adelante espero traer también a este blog.

 




Pero volviendo al viaje de Joe Kane, lo que más me gusta de la historia es que el tipo se vio envuelto en el primer descenso completo del río casi sin quererlo y por supuesto sin haber montado nunca antes en un kayak, personalmente esas historias me atrapan. En realidad era el periodista al que habían contratado los de la expedición deportiva para hacer el diario de la travesía y luego un libro, pero por diversos problemas en el equipo fue uno de los que acabó paleando hasta la desembocadura. Creo que después no ha vuelto a hacer nada parecido, ni ganas que debieron quedarle, pero por azar y por su buena manera de escribir, aquella travesía y el libro que dejó se han convertido ya en clásicos. Si el plan era ambicioso, el momento no podía ser más inoportuno, mediados de los 80 con zonas del país tomadas por Sendero Luminoso que incluso llegaron a tirotearles desde las orillas. El relato se sigue con el corazón en un puño pues, aunque sabes que terminaron la travesía, cuesta imaginar el modo de superar tantas dificultades, no solo técnicas si no también debidas a roces y confrontaciones dentro del propio equipo en situaciones tan tensas. Así recordaba yo este libro y su relectura no me ha defraudado, para mí uno de los mejores libros de viajes en mucho tiempo.


La expedición Uru
Kitin Muñoz
Plaza y Janes 1990. Barcelona
ISBN 84-01-24020-4

Me hice con este ejemplar rebuscando en una feria del libro antiguo de Logroño en el 2003 y volví a releerlo el verano pasado. Pero seamos claros desde el principio, el autor y personaje del libro, Kitín Muñoz, me cae “gordo” no lo oculto. Un ex militar viajando con antiguos amigos de las COEs, pijo y bien conectado con la jet set de la "farándula nacional", no pita nada bien como credenciales. Sin embargo el libro me parece bastante bueno y la historia creo que tiene todos los ingredientes de la mejor ficción aventurera, que encima aquí es real. El autor trata de navegar en una balsa de totora desde las costas de Perú a la Polinesia. Con esta experiencia quiere apoyar la hipótesis de que los antiguos habitantes de la Polinesia pudieron tener su origen en navegantes de civilizaciones preincaicas de Sudamérica, ya que se sabe que usaron embarcaciones de totora en recorridos por la costa.

Aun sin entrar en si un viaje así hoy en día puede servir para demostrar la tesis que defiende, su solo intento ya tiene mérito. A la gente entrada en la treintena de años probablemente le suene esta historia ya que el autor se prodigó bastante en prensa y televisión y además hubo un documental. Aun así, el libro es realmente emocionante y no solo una vez en el mar si no también en la larga preparación que transcurre entre el lago Titicaca y la costa del Pacifico de Perú donde arman la balsa y a lo que dedica medio libro. La realidad supera a la ficción y continuamente están pasando imprevistos que parecen hacer que se vaya a malograr la expedición, desde problemas de financiación, hasta otros como el estado de la totora o los temporales que dejan maltrecha la embarcación.

martes, 1 de febrero de 2011

Verdecillos en mi balcón

Hembra de verdecillo incubando. C.M Aguilar Gómez.
La primavera pasada tuve una sorpresa inesperada en mi día a día. La verdad es que es algo intrascendente en el curso de la naturaleza pero a mí me mantuvo ilusionado durante unas semanas. Una pareja de verdecillos decidieron elegir el balcón de mi casa para hacer su nido y yo, que andaba poniendo nidales para vencejos y gorriones en la fachada, me quedé con cara de bobo al ver como me la jugaban los verdecillos. Ni se me había ocurrido que a estos bichos les pudieran interesar unas esparragueras en un tercero de una calle estrecha de la parte vieja de Logroño donde vivo. El caso es que construyeron su nido en un par de días y en cuanto que nos quisimos dar cuenta zas!...  allí estaban instalados... apartamento en el centro, llave en mano y cuatro huevos para empezar a vivir. Así que decidí comenzar a probar mi nueva cámara de fotos apostado tras la ventana. Creo que desde entonces la señora que vive en frente, de cuyo balcón apenas me separan 4 metros, me mira como un poco raro, eso de acechar cámara en mano por el hueco de la cortina en dirección a su balcón, no sé... no sé..., así de primeras comprendo que puede parecer un poco depravado.



Pollos pidiendo comida. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
De la hembra incubando y de los huevos no quise sacar casi fotos y las que hay no son buenas ya que no quería molestar y fotografiaba a través del cristal. El caso es que a primeros de mayo eclosionaron todos los huevos y… ¡joder! qué bichos más feos... todo carne y un plumón en la cabeza tipo los Fragel. A la semana ya comenzaron a abrir los ojos y unos días más tarde habían empezado a crecerles las plumas y a perder el poco plumón que tenían. La hembra dejó de dormir con ellos ya que apenas cabía allí, pues los cuatro pollos estaban dentro del nido más prietos que las tuercas de un submarino. Manazas de mí, me dije, ahora que ya ha pasado el periodo crítico voy a ver como andan los pollos…, me acerqué, se acurrucaron y cuando fui a echar mano a uno de ellos AHHHHH!, el pánico!!!..., comenzaron a saltar como locos desde el tercer piso. Vaya mala conciencia... con las plumas de vuelo sin desarrollar y sin pensárselo dos veces se fueron directos a la calle San Juan. Para los de fuera de Logroño decir que es un calle peatonal de las típicas de echar vinos en la ciudad.


"Cabeza almendra" al amanecer. C.M. Aguilar Gómez.
Así que, nueve de la noche hora punta de tapeo en la calle y la gente alucinando cuando les caía un pollo encima mientras disfrutaban de un pincho y un vino, os podéis imaginar la situación... DANTESCA!! Por cierto que unos meses más tarde justo en ese mismo sitio pasó varias semanas una mujer del este que toca el acordeón en la calle y cuya canción de más éxito en ese momento era “pajaritos por aquí, pajaritos por allá, la, la, la, laaaa...”, sí la de “María Jesús y su acordeón” de nuestra infancia. Qué también habría sido casualidad, pero bueno esto de los verdecillos fue unos meses antes. En fin al grano que me despisto, el caso es que tras el salto de los bichos me planté en un periquete en la calle y conseguí recuperar los cuatro pollos, y eso que uno ya se lo llevaba una señora y los otros se habían atrincherado en portales y tras las barricas de vino que sacan los de los bares afuera.


Macho cebando a los pollos. C.M. Aguilar Gómez.
Con los cuatro bichos en la mano todo temblorosos subí de nuevo al balcón para colocarlos en el nido y dándole vueltas al coco ¿se habrán roto algo?... ¿aguantarán el golpe? me los he cargado... seguro que me los he cargado ¡manazas! Bueno parecía que ya todo sería fácil pero no... a ver quien consigue meter en ese nido tan chiquito esos cuatro pedazo de pollos, así que los tres primeros bien pero el tercero era un auténtico “tetris”. Entre el aparta ese ala de ahí para que entre tu hermano y así, zas!... otro salto al vacío y de nuevo un pollo abajo que fue a caer en medio de una cuadrilla de chiquiteros del barrio. Escalera abajo, escaleras arriba, y ya van dos veces en un tercero sin ascensor, y a colocar al cuarto en discordia. Esta vez opté por dejarlo suavemente encima de sus hermanos y… ¡ala! a buscarse la vida, que si no espabilas te quitan la merienda salao! Vamos, eso o ya me veía otra vez bajando a la calle a por ellos. Poco a poco fue haciéndose un huequillo sin prisa entre sus hermanos, que un tercer salto ya le debía parecer mucho, y a dormir que mañana será otro día. 


Macho con ceba en el pico. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Por fin, al día siguiente pude respirar tranquilo al ver que los cuatro estaban bien y bastante activos…, desde luego es que ¡estos bichos son más duros! Ambos padres fueron llegando a cebarles con normalidad y con buena luz pude sacar algunas fotos mejores que otros días. De todas formas los reflejos de las fotos son por el cristal de la ventana, ya que visto lo visto no me fiaba que en cuanto abriese el balcón no les diera por tirarse de nuevo. Al cabo de un par de días ya estaban muy inquietos y no veas como habían crecido de rápido. Como esos días andaba trabajando en casa pude estar al tanto y ver la evolución de la pollada. A media mañana ya se habían ido tres del nido y andaban por los balcones de los alrededores, incluso a uno había ya se le oía por el tejado. Aunque había cuatro sitios contados donde podían estar, no llegue a ver a ninguno de ellos, solo los oía reclamar continuamente para mantener el contacto con los padres. 


Gato atento a los verdecillos. Foto: C.M. Aguilar Gómez
A ultima hora de la mañana del mismo día, el rezagado que se había quedado solo ya se había ido también del nido. Aunque no vi saltar directamente a ninguno de ellos, creo que ninguno debió caer a la calle, pero si lo hubieran hecho a esas horas estaba lo suficientemente tranquila como para que hubiesen librado. Al final, igual hasta les había venido bien muscular un poco el día del salto y tener el miedo en el cuerpo para poder salir con éxito de ese momento tan delicado. Durante ese día y alguno más, estuve escuchando continuamente los reclamos sin llegar verlos, pero el que no quitaba atención ni a los padres cebando ni a las llamadas de los volantones fue el gato de un ático de enfrente. Suerte que allí no fue a parar ninguno de los pollos y que el gato no tenía manera de llegar a ellos, que si no la cosa aún podría haber acabado distinta. Finalmente con el paso de los días fui dejando de oírles así que debieron de cambiar de zona a medida que los volantones pudieron ganar confianza y volar más lejos. Aún estos días de invierno cuando salgo a regar las esparragueras me quedo mirando el nido que no he querido quitar, en fin debe ser lo que dicen el síndrome de “nido vacío”, ¡snif! Ahora se que si tengo unas esparragueras frondosas tengo más posibilidades que poniendo nidales a esos ingratos gorriones y vencejos que no acaban de decidirse, y que tras las obras de la fachada de enfrente han dejado de cría donde lo hacían. Pues lo dicho, seguiré regando a ver si hay suerte de nuevo esta primavera.



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