martes, 26 de julio de 2011

Perú 38 (2011) Por fin... ¡un ocelote!

Primera visita de Leopardus pardalis. C. Aguilar
Sí, ya iba siendo hora de captar algo con la cámara de fototrampeo. Ya había comentado en una entrada anterior del blog que había tenido bastante poca suerte hasta ahora. Estas han sido las primeras grabaciones de video que he obtenido, pero no ha sido hasta el quinto intento. Siempre la he puesto en periodos de tiempo cortos de tres a seis noches, y seguro que eso influye. Pero al estar moviéndome entre distintas zonas tampoco había ocasión para periodos más largos. Sin embargo veía huellas y distintos bichos por ahí con la linterna, pero no sabía cómo hacer para grabarlos. En Juanjuí ya comenté que solo grabé a paisanos que iban a sus chacras. En La Esperanza busqué un paso en un arroyo con huellas de lo que parecía añuje (Dasyprocta fuliginosa) o un armadillo (Dasypus novemcinctus), ningún bicho pasó por allí de nuevo, ni fue a la fruta y ni al rastro de aceite que puse.


Tirando de la carroña atada . César Aguilar
Desesperado compré un cuy (Cavia porcellus) muerto, uno de esos roedores que se utilizan de mascota y que en la cultura andina se vienen comiendo desde antiguo. Lo amarré en una zona de bosque bien buena por donde buscábamos monos choro y… nada. Ya la penúltima vez sin éxito pensé que quizás muchos de los animales son muy arbóreos y subí un cebo de frutas variadas y mantequilla de cacahuete a un tronco a media altura. Era en la zona donde había visto unas noches anteriores tres especies de mamíferos y… nada. Cuando me dijeron de ir al Bosque de Protección Alto Mayo pensé que un sitio así podía tener bichos en cierta densidad como para captar algo. Después de preparar el cráneo del manco (Eira barbata) pensamos en usarlo de cebo para la cámara de fototrampeo.



Regreso del ocelote de día. Foto César Aguilar
Elegí un sitio cercano a un arroyo a un buen rato del campamento Venceremos, por donde en principio no pasa nadie, aunque situado en el propio sendero. El Bosque de Protección tiene oso de anteojos, aunque me dicen que han visto rastros más lejos, no por aquí, aunque eso es muy relativo pues el tipo de suelo y la lluvia no favorecen la presencia de rastros más que en sitios puntuales. Sin embargo este oso parece bastante herbívoro y su predilección son los corazones de las bromelias. Así que ya tenia puestas las esperanzas en cualquier cosa que pudiera atraer una carroña así. Colocamos el "invento" un miércoles y el sábado cuando terminé la formación pasé a ver como estaba. Algún animal la había movido un metro cuesta arriba y no se la había llevado porque estaba atada. Le había empezado a comer las vísceras, estábamos en el buen camino, ese desplazamiento de la carroña no lo pueden hacer muchos animales. 


Cámara y carroña limpia tras 6 días. C. Aguilar
Como tenía que pasar el martes siguiente por esa carretera, dejé a los guardaparques al cuidado de la cámara y así pasadas tres noches más, fui con ellos a recogerla. La carroña no se había vuelto a mover, pero en tan solo seis noches ya solo quedaban los huesos limpios, limpios. Según me dicen las hormigas hacen ese trabajo tan profesional y rápido. Luego cuando comprobé las grabaciones casi me da un mal de la sorpresa. El primer bicho que grabo y es un ocelote (Leopardus pardalis), un felino que se reconoce por sus hileras de manchas en línea en la parte dorsal. Hay otros felinos pequeños, pero este ya es de considerable tamaño aunque no como un jaguar o un puma, pero después de esos dos es el tercero más grande de los felinos de la zona. El ocelote fue quien comió las vísceras durante la noche, luego sale en un segundo video tirando de la carroña, así que fue él quien la movió. El tercer video es ya de día, de modo que como sabía de ese recurso allí no le importó acudir a plena luz. Luego no hay más videos y la carroña apareció en los huesos, así que parece que nadie más la visitó a parte de las hormigas. Toda una suerte, lo dicho… ¡por fin!

Perú 37 (2011) Al caer la noche en la reserva

Remando con la puesta de sol. Foto: C. Aguilar
En los recorridos que haces por la reserva hay que estar atentos para que te de tiempo a llegar antes del anochecer a los puestos de los guardas donde se pasa la noche. Uno de los días nos habíamos entretenido viendo delfines y otros bichos y andábamos ya más tarde de lo previsto, de modo que acabamos remando con el ocaso reflejado en el agua. Con ese panorama me invadió una sensación de estar realmente en un sitio alejado de todo y nada menos que en la mítica cuenca del Amazonas. Remando en esa penumbra vimos acudir a un dormidero comunal a un buen número de garcillas verdosas (Butorides striatus) de las que aparecen dispersas a lo largo del día por las diferentes orillas. Y aunque en ese momento para esas garzas acabe el día, la noche es el comienzo de la actividad para otro buen número de especies de fauna. Así, tras la cena y si la noche era buena, teníamos la costumbre de salir remando con las linternas a ver lo que podíamos encontrar.


Cochlearius cochlearius Foto: César Aguilar
Una de esas especies que comienzan su actividad con la noche es el martinete cucharón (Cochlearius cochlearius). Se trata de una curiosa garza con un pico tremendo que dormía cerca de uno de los puestos de guardas, pero que durante el día era imposible localizar. Sin embargo al llegar la noche comentaban que la veían salir a pescar y recorrer las aguas superficiales cercanas. Y justo, puntual a su cita allí estaba, de modo que pude pasar un buen rato fotografiándola sin que los flashes de la cámara parecieran distraerla de su ocupación de localizar alguna presa en ese maná amazónico de peces. Pero uno de los “ases” que se guardaba Abraham en la manga para la noche, era localizar lagartos que es como llaman aquí a los caimanes (Caiman cocodrylus). Ya me había advertido que con aguas altas no eran fáciles de encontrar y de hecho no habíamos visto ninguno a lo largo de los días. Pero por la noche conocía donde encontrarlos. 



Caiman cocodrylus acechando. Foto: César Aguilar
Linterna en mano, fuimos foqueando desde la canoa todas las orillas hasta localizar dos pequeños reflejos rojizos sobre la superficie del agua.  Los reflejos eran bastante tenues y solo alguien que sabe lo que busca podía identificarlos como los ojos de un reptil. Luego, a medida que nos fuimos aproximando, la cosa cambió y los reflejos pasaron a ser algo identificable. Sobresaliendo de la superficie del agua estaban unos ojos dorados de pupila vertical acechantes. En esa posición los caimanes mantienen el cuerpo oculto bajo el agua, mientras ojos y narinas quedan emergidas en un mismo plano procurando dejarse ver lo menos posible. Esta disposición es una adaptación común a unos cuantos animales de vida acuática. Sucede lo mismo en otros vertebrados tan distantes de los caimanes como los hipopótamos que, igualmente pero por otras razones, permanecen largo tiempo sumergidos con los ojos y las fosas nasales fuera del agua. 
 


Abraham con un caimán. Foto: C. Aguilar
Pero volviendo al caimán no tardamos en poderlo ver de cuerpo entero. Con ayuda de la luz de la linterna fuimos acercándonos a él lentamente, hasta que Abraham pudo echarle la mano rápidamente y sacarlo del agua, el cazador cazado. Era un ejemplar pequeño, apenas un metro de largo que sino no habría habido ocasión de cogerlo, pero lo suficiente para intimidar con su dentadura. Unas fotos, vistazo detallado y de nuevo al agua con el susto metido en su sangre fría de reptil. Aun así no fueron estos los únicos animales que vimos aquellas noches. En las hojas de los árboles encontramos también unas curiosas ranas verdes completamente mimetizadas con las hojas de su entorno, de no ser por el color rojo de sus ojos. También pudimos ver varias especies de murciélagos sobrevolando la lámina de agua, una zarigüeya (Didelphis marsupialis) y hasta una especie de roedor arbóreo tipo rata pero con el morro chato parecido a las del género Dactylomis pero que no llegamos a identificar ni a fotografiar.

sábado, 16 de julio de 2011

Perú 36 (2011) Ictiófago oportunista

Lisa, piraña y dos sábalos. Foto: César Aguilar
La cocina peruana está cogiendo últimamente bastante renombre internacional. A remolque del crecimiento económico que experimenta Perú, exportando minerales que cotizan al doble que hace una década, ha florecido una nueva clase media en el país. Una clase con gran consumo de tecnología y consumista, que ha aupado lo que llaman la nueva gastronomía peruana. En su origen está la diversidad de ambientes del país que proporciona ingredientes muy variados y que es la base con la que trabajan los endiosados chefs. Esta nueva gastronomía ha sido amplificada mucho por los medios de comunicación y, sin entrar a valorarla, veo en muchos peruanos bastante “síndrome de Estocolmo” de tanto oír que la cocina peruana es la mejor del mundo. Y  realmente lo creen cuando lo que yo he podido comprobar a diario es una dieta que “abusa” del arroz, de yucas, plátanos y papas hervidas insípidas, huevos y mucha fritanga de carne y pescado.



2 sp pirañas, guapeta, chambira, sabalo y palometa
Esa dieta es la más común para buena parte de la gente de las zonas amazónicas que he visitado y la que te ponen cuando acudes a comer a sitios “normales”. No lo juzgo, pero por ello no es de extrañar cierta obesidad que uno puede ver entre los peruanos. Es posible que para los que tienen mayor poder adquisitivo sea de otra manera, pero de cualquier forma han conseguido introducir en el imaginario colectivo peruano esa “superioridad” gastronómica. Y es algo que aducen ante cualquier turista de un modo un tanto chovinista y hasta cómico. Todo esto viene a cuento porque ya llevaba yo dos meses comiendo así por Perú y con mi tercera o cuarta diarrea y fiebre por aguas mal cloradas de zumos de fruta, cuando Abraham me hizo un propuesta muy jugosa. “¿Le gusta a usted el pescado?, si quiere podemos ir poniendo las redes por la noche para comer estos días”. Pescado fresco del Amazonas era de lo que yo en esos momentos podía estar más a deseo, así que le di vía libre a su habilidades de pescador. 
 


Bocón, cotola, carachama, 2 sp motas y doncella
La primera noche puso las redes y a la mañana siguiente vino con una doncella y un carachama, así de fácil. El primero de estos peces es similar a los siluros europeos, muy cabezón y con cuatro grandes barbillones. El carachama forma parte de un tipo de peces bentónicos típicos del Amazonas que tienen grandes escamas de aspecto acorazado con una apariencia de peces prehistóricos. Dimos con ellos en el plato en un momento. Vista mi voracidad ictiófaga el segundo día volvió a poner las redes un rato que sesteábamos en las horas centrales del día en un puesto de control de guardas. En poco rato saco otros cuatro peces de tres especies, ninguna igual a las del día anterior, esta vez eran una lisa, una piraña y dos sábalos. Por la noche ya dábamos con ellos asados al fuego dentro de unas hojas similares a los de los bananos.  
 


Apuntes en el cuaderno de viaje
La siguiente noche pusieron las redes tanto Abraham como los guardas del puesto de control en el que dormíamos. Por la mañana yo aluciné con lo que habían sacado. A parte de la cantidad, llegó un momento en que ya no era capaz identificar tantas especies, así que saqué mi cuaderno de notas y me puse a dibujarlas. Entre las dos redes salieron nada menos que 13 especies distintas, algunas de ellas ya habían caído en las pescas anteriores pero aún así la mayoría eran nuevas como la piraña blanca, la palometa, el bocón, dos especies de motas, la chambira, la guapeta y la cotola. En realidad era casi más difícil coger una especie repetida que una nueva, y es que luego me enteré que en esta reserva amazónica se ha localizado la friolera de 259 especies pertenecientes nada menos que a 37 familias. Y es que la diversidad de peces en estos hábitats es realmente exagerada y es uno de los recursos económicos más importantes para los habitantes de la zona. Así, con este “capital natural” cambié mi dieta de omnívoro por una de ictiófago oportunista los días 5 días que estuve recorriendo la reserva en canoa.

martes, 12 de julio de 2011

Perú 35 (2011) Tierras emergidas, “gigantes amazónicos” y algunos primates

Tamandua tetradactyla Foto: C. Aguilar
Las zonas emergidas en esta época del año son pocas, así que cuando tuvimos ocasión de llegar a algunas de ellas aprovechamos para bajarnos de la canoa y estirar un poco las piernas en paseos a pie. Enseguida se ven muchos rastros en el suelo embarrado, aunque ver a los propios animales es más complicado ya que vas haciendo ruido al pisar los charcos y hay muy poca visibilidad con tanta vegetación. Así localizamos huellas de armadillo, venado, tapir, unas de un felino de tamaño medio tipo ocelote e incluso unos arañazos de estos en la corteza de un árbol. Pese a todo creo que tuvimos suerte pues pudimos cruzarnos con un añuje (Dasyprocta fuliginosa) y unos metros delante de unas huellas que no lográbamos identificar, nos dimos de bruces con un tamandúa u oso mielero (Tamandua tetradactyla). Al momento de vernos se subió a un árbol, pero aún así se mostraba algo curioso de vernos allí, siempre y cuando mantuviéramos una cierta distancia.



Gran lupuna (Ceiba pentandra) Foto: C. Aguilar
En estas zonas emergidas pude ver uno de esos gigantes que encuentras en las selvas bajas, una inmensa lupuna que es el nombre común que dan a varias especies de árboles grandes. Una de esas especies de lupuna es una Ceiba y pienso que esta de aquí era una de ese género, la Ceiba pentandra. Creo, sin exagerar, que es el árbol de mayor tamaño que haya visto nunca. Estos gigantes se desarrollan sobre suelos poco profundos que, además con tanta agua de lluvias y crecidas, en cierto modo son bastante inestables. Es por ello que han tenido que desarrollar un sistema de “andamiajes” que les ayude a mantener su estabilidad a salvo de la embestida de vientos y tormentas. Esa es la función que cumplen los enormes alerones que salen en todas las direcciones de su base, ampliando de este modo la sujeción del tronco al suelo. Estos árboles son más frecuente cuanto más te adentras en la reserva y es que hasta que no ha habido guardería suficiente, la gente seguía entrando de forma ilegal a sacar la madera de estos grandes árboles.



Victoria amazonica. Foto: César Aguilar
Otros gigantes del reino vegetal que me sorprendió encontrar fueron las plantas de Victoria regia (Victoria amazonica), una especie parecida al nenúfar que puede llegar a tener hasta más de dos metros de diámetro. No la encontramos hasta el tercer día, pues tampoco son muy abundantes. Ahora se encontraban con las hojas recién formadas pues pasado un tiempo estas se pudren y se hunden. El interior de las hojas almacena inmensas vacuolas con una densidad menor que la del agua y es lo que las mantiene a flote en superficie. Cuando te acercas y las tocas, es como estar apoyándote sobre una colchoneta hinchable de camping. Eso sí, si te da por tocarlas hay que tener la precaución de hacerlo por arriba pues la parte de abajo está completamente recubierta de grandes espinas. Intenté sin éxito voltear parcialmente alguna de ellas para ver su estructura. Sin embargo esos pinchos son una defensa muy efectiva, no solo para curiosos como yo, sino también para cualquier herbívoro que quiera aprovechar ese recurso desde el agua.



Mono aullador (Alouatta seniculus) César Aguilar
De regreso al agua volvimos al medio desde el que mejor se ven muchas de las aves y mamíferos de estas selvas. Una especie que ya había visto fugazmente en Tingana pero que aquí pude contemplar bien, fueron los monos aulladores (Alouatta seniculus). Con el agua inundando todo el bosque pudimos acercarnos hasta justo debajo de un árbol donde había uno y tomarle algunas fotos. Una aproximación que habría sido más difícil con el terreno seco cuando parece que se muestran más recelosos. Otros primates que hasta ese momento no había visto en libertad fueron los monos choro común (Lagothrix lagotricha), los mismos que tenían en el centro de recuperación de Ikamaperu en Lagunas y que algún día iban a liberar por esta zona según me dijeron.

viernes, 1 de julio de 2011

Perú 34 (2011) Aves en Pacaya-Samiria

Busarellus nigricollis. Foto: César Aguilar
Un recorrido descendiendo por el río Tibilo permite ver un buen número de aves, pero quizás me sorprendió no encontrar demasiadas especies de garzas en la zona. Al menos no las que yo imaginaba para un sitio inundado como este. Garzas comunes en otras zonas húmedas como la garceta grande (Ardea alba) o la garceta nívea (Egretta thula), no llegué a verlas aquí aunque sí otras como la garza cuca (Ardea cocoi), la garcita verdosa (Butorides striatus) o la garza capirotada (Pilherodius pileatus), ninguna de ellas en gran número. Lo que sí pude ver fueron bastantes especies de rapaces, algunas de ellas bastante llamativas. Entre ellas el busardo colorado (Busarellus nigricollis) con su coloración canela y que aquí llaman “mama vieja”, los elanios plomizo (Ictinia plumbea) y tijereta (Elanoides forficatus) o los caracaras negro (Daptrius ater), gorgirrojo (Daptrius americanus) y chimachima (Milvago chimachima).



Pato criollo (Cairina moschata). Foto: César Aguilar
Un par de aves acuáticas, solitarias y escasas fueron el pato criollo (Cairina moschata) y el avesol americano (Heliornis fulica). Esta última es una ave que aunque tiene la apariencia de una anátida, forma parte de una curiosa familia con solo tres especies en todo el mundo. Además esas tres especies se encuentran en zonas tropicales de tres continentes distintos, de modo que hay avesoles en el Sudeste asiático, en África y luego están estos de Sudamérica y Centroamérica. Aunque se sabe poco del origen de esta curiosa distribución, parece sugerir que la familia es de un linaje bastante antiguo. Unos que sí son muy habituales y comunes son los martines pescadores, como el martín gigante neotropical (Megaceryle torquata) y los martines verde (Chloroceryle americana) y verdirrufo (Ch. inda).


Jacamará Galbula cyanescens. Foto: César Aguilar
Un par de familias de aves cuyos representantes solo se ven en los bosques húmedos de Sudamérica son los jacamarás y los tucanes. Además, ambos con no muchas especies de modo que ver alguno de ellos en un viaje ornitológico a los neotrópicos siempre es de agradecer. La mayoría de los jacamarás tienen unos plumajes que parecen “de fiesta”, son coloridos y presentan plumas iridiscentes, así que parece que llevaran trajes de lentejuelas. No es el caso del jacamará orejiblanco (Galbalcyrhynchus leucotis)  que vi en varias ocasiones y que es más discreto, pero sí del jacamará coroniazul (Galbula cyanescens) que luce brillantes plumas de tonos verdosos, azulados y amarillos. Los tucanes son otros que llaman mucho la atención por sus espectaculares picos. El más común en todas estas selvas es uno pequeño que llaman tucanetas y en el que predominan los colores negros amarillos y rojo, el Pteroglossus castanotis, del grupo de tucanes también conocido como arasarís.
 


Tucán Ramphastos sp. Foto: César Aguilar
Pero más espectacular que esta última especie son los del género Ramphastos que pueden verse en la reserva y que son de los tucanes más grandes que hay en Perú. Son las típicas aves de picos completamente desproporcionados que tenemos en mente al hablar de los tucanes. Hay un par de ellos prácticamente iguales predominantemente negros y con baberos blanco y amarillo, solo los diferencia claramente el reclamo. Uno de esos tucanes es el que pude ver allí, R. tucanus o R. vitellinus, ¡ve tu a saber! que no les dio por cantar. Si no habría podido verlos con esa forma tan exagerada que tienen mover el pico de arriba abajo. Como no fue así, me tendré que quedar con la duda de cual de los dos era.


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