Hace más de tres décadas, cuando empezábamos a salir al campo a ver aves, ver un búho real en La Rioja era todo un premio. Esta nocturna, como otras muchas grandes rapaces ibéricas, empezaba a remontar tras décadas de persecución humana. No es de extrañar que, para criar, las parejas se hubieran tenido que refugiar en los cantiles más inaccesibles.
Cada año, a partir de diciembre, acudíamos al atardecer a esos lugares llenos de expectativa. Si oíamos su ulular al ponerse el sol ya nos volvíamos más que satisfechos. Ya ni te cuento si lográbamos ver su silueta, posado o en vuelo, sobre las peñas. Quizás para entonces la especie estaba ya recuperando sus poblaciones, pero nosotros solo los buscábamos en sitios recónditos. Tal era el mito del "Gran Duque".
Con el tiempo y la recuperación del conejo en el valle del Ebro, su presa principal por aquí, descubrimos que les empezaba a ir relativamente bien. Al menos para las densidades que puede alcanzar un superdepredador en la naturaleza donde, por definición, las especies situadas en la cúspide de la cadena alimentaria deben ser escasas. Y esta recuperación fue de forma natural, sin más ayuda que la mejora de sus presas y del "cese de hostilidades" por parte del hombre. Qué no es poco.
En el valle del Ebro conocíamos varios territorios en los cortados fluviales. Allí eran más fáciles de detectar que en otros sitios, sobre todo cuando los pollos, ya crecidos, se asomaban a la entrada de las oquedades donde habían nacido. La "Mikkola", la guía de rapaces nocturnas de Europa que manejábamos, hablaba de lugares de reproducción insólitos para nosotros. Aseguraba que podían criar en cualquier lugar, hasta en el propio suelo. Nos costaba creerlo.
Con el paso de los años tuvimos que dar la razón a Mikkola. Vimos que, si los dejaban y si contaban con presas suficientes, los búhos no dependían tanto de los grandes cortados como habíamos pensado. Se nos cayó el mito del ave rupícola. Lo era, sí, pero más por necesidad que por "principios".
Estas reflexiones vienen al caso porque en mis años por el Ebro los encuentros con estos búhos han sido cada vez más frecuentes. Sin buscarlos, por pura casualidad, en pleno día, donde no los esperaba. Ejemplares criando en escarpes fluviales diminutos por los que pasaba con el kayak o aves que descubría descansando sobre árboles internándome a pie en la espesura de la ribera.
Visto su oportunismo, no sería raro que ya estén criando en los nidos de rapaces forestales que quedan vacíos en invierno. Porque, como buen "señorito" o "duque", lo de construir nidos no va con él, sino que ocupa cualquier oquedad, en los cortados, o usa los nidos de otras aves cuando están disponibles. Comprobar si así ocurre en los sotos se vuelve difícil en este medio, más que el seguimiento que hacíamos de sus territorios de los cortados en los noventa.
La próxima vez que te adentres en un ribera del Ebro recuerda que es posible que haya unos ojos rojos ahí arriba observándote. Quizás no lo veas, pero saber que un búho real puede llegar a ocupar también estos ambientes añade un encanto adicional a los sotos de este río.
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Ficha del búho real (Bubo bubo) de la Guía de las Aves de La Rioja publicada en 2022. https://www.larioja.org/medio-ambiente/es/publicaciones/monografias/guia-aves-rioja |
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Ficha del búho real (Bubo bubo) de la Guía de las Aves de La Rioja publicada en 2022. https://www.larioja.org/medio-ambiente/es/publicaciones/monografias/guia-aves-rioja |