martes, 23 de octubre de 2018

Finlandia y Varanger (Noruega) 6 (2006) Encuentro con el fiordo de Varanger

Faro en el fiordo Varanger.  Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Al cruzar a Noruega dejamos atrás la taiga. Aparecieron los suelos quemados por la nieve durante meses, la hierba recién brotada, los sauces enanos y los abedules arbustivos

El fiordo Varanger se presentó con un quietud extraña, con sus aguas como una balsa de aceite. Dicen de él que no es un verdadero fiordo, que en sus orillas no aparecen las huellas del modelado glaciar, esos abruptos cortados tan característicos de los fiordos. Sus 100 km de longitud, a diferencia de lo que ocurre en otros fiordos de la zona, se orientan hacia el este y no hacia el norte. De ahí que actúe como un refugio frente a los temporales del norte.




Eider menor (P. stelleri) y común. Foto: Óscar Gutiérrez
Varanger es un lugar de invernada para muchos patos marinos de distribución ártica. Allí pasan la estación más dura del año en sus aguas libres de hielo gracias a la corriente del golfo. La misma que atempera el clima y hace que esas latitudes de Noruega sean habitables para el hombre.

En las aguas del fiordo disfrutamos de numerosos limícolas y patos marinos, entre ellos del eider común (Somateria mollissima) y del eider menor (Polysticta stelleri). Para esta última especie, Varanger es el único lugar de Europa donde es posible verlo, antes de que regrese a criar al este.




En los secaderos de bacalao. Foto: Diego Benavides.
Los días que pasamos en Varanger usamos la población de Vestre Jakobselv como base. Durante cuatro días recorrimos distintas zonas del fiordo, nos adentramos en la tundra del interior de la península y nos embarcamos hacia las colonias de aves marinas en costa este.

En los alrededores de Vestre Jakobselv pudimos ver los pintorescos secaderos de bacalao, habituales también en otras zonas costeras de Noruega. El bacalao es otro de los animales que tienen mucho que agradecer a la corriente del golfo. Las capturas se dejan secar al sol y al viento en unas estructuras de madera que constituyen un sistema barato y práctico sin recurrir al salado.




Puerto Vestre Jakobselv.  Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Otro de los atractivos del fiordo son sus luces. Los atardeceres se prolongaban durante horas y su luz cálida sacaba los vivos colores con que pintaban las casas. Parece como si sus habitantes tuvieran  que alegrar sus viviendas con rojos, azules y amarillos intensos para resarcirse, por unos meses, de tanta oscuridad del invierno.

En junio las luces de tarde parecían eternas. El sol se posaba en el  horizonte despacio, sin llegar a ocultarse y, al cabo de unas horas, volvía a salir de nuevo. Sentir el ambiente irreal del sol de medianoche es algo que no se olvida fácilmente.

martes, 9 de octubre de 2018

Finlandia y Varanger (Noruega) 5 (2006) Mirando al norte

Renos pastoreados en el norte. C.M. Aguilar Gómez.
Tras los días pasados en Oulu emprendimos camino hacia el norte. La península de Varanger estaba lejos aún, así que dedicamos un par de días a la conducción con paradas muy puntuales. En la carretera, a las típicas señales de peligro de alces, hubo que sumar las de advertencia por presencia de renos. Ya no eran referidas a un tramo en concreto, podríamos encontrarlos por ¡todo el norte del Finlandia!

El paisaje boscoso tenía cada vez menos claros para la agricultura y una apariencia más salvaje. El primer día cruzamos el círculo polar ártico, un lugar que allí es la excusa para montar tiendas y comercios a pie de carretera relacionados con la figura de Santa Claus.

 



Sebas y Diego en Petkula.  C.M. Aguilar Gómez. 
Una de las paradas fue en la ciénaga de Petkula, un lugar donde es posible ver el correlimos falcinelo. Pero no hubo suerte. Aun así, disfrutamos de un ratonero calzado (Buteo lagopus) y de los vuelos nupciales del andarríos bastardo (Tringa glareola).

De paso por la Laponia finlandesa, dormimos en el camping de Ivalo, en un par de cabañas de madera. A esa latitud, la incipiente primavera que habíamos visto en el sur y centro del país había cambiado ya por un tiempo de perros y había que administrar bien los minutos que uno dejaba las manos expuestas a la intemperie al manejar los telescopios.




Abedules aún sin brotar.  C.M. Aguilar Gómez.
Entre Ivalo y la frontera con Noruega el bosque se fue haciendo cada vez más raquítico y, llegado un momento, solo los abedules retorcidos aguantaban aquel clima. Mirando el paisaje desde el coche, por sorpresa, reconocimos una lechuza gavilana posada que estaba siendo hostigada por pinzones reales (Fringilla montifringilla) y zorzales alirrojos (Turdus iliacus).  

Si eso no fue buena suerte, no se que otra cosa puede serlo. Allí, en la inmensidad del bosque, un bicho nocturno como aquel que tanto nos había costado encontrar en Oulu. De no haber sido por aquellas pequeñas aves nos habría pasado desapercibida.




Pechiazul (Cyanecula svecica).  C.M. Aguilar Gómez.
Con la excusa de la lechuza paramos a dar una vuelta y a desentumecer las piernas de tanto viaje en furgoneta. Si estaba allí la lechuza, el sitio debía ser bueno, pensamos, y no nos defraudó. En un corto recorrido vimos pechiazul (Cyanecula svecica), pardillo sicerín (Acanthis flammea) y pardillo de Horneman (Carduelis hornemanni) entre otras pequeñas aves.

En el suelo abundaban arbustos rastreros con bayas maduras, entre ellas los frutos rojos de los arándanos (Vaccinium vitis-idaea) y los negros de una especie de camarina (Empetrum nigrum).




Camarina (Empetrum nigrum) C.M. Aguilar Gómez.
Encontrar una camarina allí fue una sorpresa, ya que la única que conocía (Corema album) era una planta costera de las dunas de Doñana, una que se distribuye por el sureste de la península Ibérica. El hábitat de esa camarina de la tundra no puede ser más distinto pero, bien mirado, ambas plantas se parecen en todo salvo en el color de sus frutos.

Tras un par de días de conducción llegamos a la frontera con Noruega donde, contrariamente a lo que creíamos, no encontramos ningún puesto ni aduana para cambiar de país. Así, al final del segundo día de viaje nos plantamos al fondo del fiordo de Varanger, una de las mecas de nuestro viaje ornitológico.

lunes, 1 de octubre de 2018

Finlandia y Varanger (Noruega) 4 (2006) Buscando búhos

Lechuza gavilana (S. ulula) Foto: Diego Benavides.
En la región de Oulu es posible observar hasta 8 especies de rapaces nocturnas en una noche. O eso es lo que se cuenta. Durante dos noches seguidas probamos suerte recorriendo carreteras y caminos y mirando cualquier ave posada en los bordes del bosque, tendidos eléctricos o cables de la luz.

En junio a esa latitud apenas había noche, de modo que se daban las condiciones ideales para la búsqueda de aves nocturnas con buena visibilidad. El atardecer se estiraba durante horas y cuando, por fin, el sol descendía al horizonte, la oscuridad no llegaba a ser completa y en poco tiempo la luz volvía a ganar la partida a la noche.




Lechuza gavilana (S. ulula) Foto: Sebastián Lara.
El tiempo estaba siendo lluvioso esos días y no acompañaba demasiado para estar en el campo. Dormíamos un poco a desgana por el día para aguantar mejor las horas de búsqueda nocturna, ya que las  expectativas eran muchas. Sin embargo, no se correspondieron con lo que logramos localizar.

En aquellas regiones había tanto bosque, aparentemente igual, que era difícil dar con los sitios adecuados para cada especie de búho. Ni insistiendo. Pronto nos dimos cuenta de que, sin la ayuda de guías profesionales, iba a ser complicado verlos y nuestro presupuesto no estaba para el enorme desembolso que nos suponía entonces esa opción.



Búho campestre (A. flammeus). Foto: Sebastián Lara.
Aun así, esos días logramos ver una lechuza gavilana (Surnia ulula) y ya solo por eso mereció la pena. La encontramos en un cable de carretera. La había delatado un pequeño grupo de ornitólogos en una cuneta que, estos sí, estaban en compañía de un guía profesional. El ave era querenciosa por ese lugar y, al día siguiente, la encontramos allí de nuevo.

Las búsquedas nocturnas dieron para ver liebres, algún alce y bastantes búhos campestres (Asio flammeus). Un total de 14 ejemplares sumando todas las observaciones. Por lo que vimos es el búho más abundante y fácil de ver, solo que a ese también podemos observarlo en España, a diferencia del resto de especies.



Lek de gallo lira (L. tetrix). Foto: Óscar Gutiérrez.
La primera de las noches tuvimos una observación fugaz de otra especie también muy apetecible, el gallo lira (Lyrurus tetrix). La segunda triunfamos. Por pura insistencia, horas de mirar claros de bosque desde las carreteras, dimos con un cantadero con 14 machos .

Esta especie tiene un sistema lek de apareamiento y los machos se concentran para exhibirse. Con la cola extendida dan vueltas y se enfrentan unos a otros esperando que vengan las hembras a elegir. El lek que vimos estaba en una gravera junto al bosque, a solo 200 metros de la carretera, así que desde el arcén disfrutamos más de un cuarto de hora con los telescopios sin interferirlos en absoluto. Una suerte verlos de aquel modo.


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