domingo, 25 de noviembre de 2018

Finlandia y Varanger (Noruega) 8 (2006) Paisajes del ártico

Desembocadura del río Tana. C.M. Aguilar Gómez.
El río Tana, donde comenzamos el recorrido por la zona occidental e interior de la península de Varanger, es un río que sobrecoge. Con sus dos kilómetros de ancho e inmensos bancos de arenas y gravas, desemboca en el fiordo del mismo nombre y su aspecto recuerda al de un río salmonero de Alaska.

El Tana es, también, un buen lugar para salmones y tanto da que un río con ese aspecto esté en Norteamérica o en los confines de Europa ya que, a estas latitudes, esos ríos han sido modelados por los mismos elementos a uno y otro lado del Atlántico.





Lago península de Varanger. C.M. Aguilar Gómez.
A sus orillas acudimos con la esperanza de observar al gerifalte, el gran halcón de la tundra que había tenido un territorio en unos cortados próximos. Pero en esa ocasión no hubo suerte. Tras la espera seguimos la carretera que se adentra en el interior de la península de Varanger y se abrun mundo nuevo.

El paisaje del interior es lo más cercano a la típica imagen del ártico que podamos tener. En las tierras altas predominan las formas suaves, las laderas erosionadas durante miles de años por la acción de hielo en las sucesivas glaciaciones.






Lagópodo (L. lagopus lagopus). Diego Benavides.
A finales de mayo, la primavera andaba retrasada y aún quedaba bastante nieve en el trayecto hasta Berlevag. Incluso hielo. La hierba aparecía quemada por la nieve, los arbustos apenas estaban despertando del letargo y el suelo aparecía tapizado de una gran diversidad de líquenes.

Un paseo a pie por paisajes tan extremos hizo que nos sintiéramos como exploradores polares. Todo lo que alcanzábamos con la mirada no era otra cosa que tundra. Sin embargo, nuestra confortable furgoneta estaba a mano para refugiarlos cuando nos cansáramos de hacer el Amundsen.


 



Haciendo el "Amundsen". C.M. Aguilar Gómez.
En estos parajes vimos nuestros primeros lagópodos escandinavos (Lagopus lagopus). Aún conservaban parte del plumaje blanco del invierno, periodo en el que su mimetismo con la nieve es total. También eran comunes los págalos raberos (Stercorarius longicaudus) y los chorlitos dorados (Pluvialis apricaria).

En Berlevag observamos alondras cornudas (Eremophila alpestris) y en la desembocadura de un arroyo abundantes gaviotas:  argénteas (Larus argentatus), canas (Larus canus), tridáctilas (Rissa tridactyla), gaviones (Larus marinus), un gavión hiperbóreo (Larus hyperboreus) y dos gaviotas groenlandesas (Larus glaucoides).



Entre la raquítica vegetación había un par de ellas con flores llamativas: el llamado musgo florido (Silene acaulis) y la violeta amarilla (Viola biflora). El musgo florido recibe ese nombre por las almohadillas de hojas pequeñas que forma aunque nada más tiene que ver con ellos. La Silene acaulis es una especie de distribución circumboreal pero que, además, aparece en cordilleras alpinas más al sur como los Pirineos.

Algo similar ocurre con
Viola biflora. Esta especie ha quedado acantonada en macizos montañosos al sur de su distribución norteña, en márgenes de ventisqueros donde va buscando las condiciones frías de estos hábitats boreales.

martes, 13 de noviembre de 2018

Finlandia y Varanger (Noruega) 7 (2006) La costa este de Varanger

Colonia de Rissa tridactyla. C.M. Aguilar Gómez.
Recorriendo la parte oriental de la península de Varanger pasamos por pueblos de pescadores como Sttore Ekkeroy, con sus coloridas casas de pescadores, donde visitamos una densa colonia de gaviota tridáctila (Rissa tridactyla). Las aves se encontraban tan seguras al lado del pueblo que podríamos haber alargado la mano y sacado del nido unas cuantas. Tan poco amenazador es un humano en estas latitudes. Vaya diferencia con lo que ocurre en el resto de Europa.

Otras aves que vimos en los alrededores de Sttore Ekkeroy fueron los bisbitas gorgirrojos (Anthus cervinus) y los falaropos picofinos (Phalaropus lobatus).




Renos en la tundra. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
El destino de aquella mañana era la localidad de Vardo. A ambos lados de la carretera se sucedían pastizales y matorrales rastreros donde pastaban rebaños de renos. También algunas ovejas. En la tundra eran comunes los págalos parásitos (Stercorarius parasiticus) y raberos (Stercorarius longicaudus). Algunas de esas aves debían tener sus nidos no muy lejos del suelo que andábamos, por su insistencia en no alejarse de nosotros.

Vardo es el puerto donde se toman los barcos para Hornoya y Reinoya, dos pequeñas islas con densas colonias de gaviotas y álcidos. 





Aves en la costa de Hornoya C.M. Aguilar Gómez.
En mi caso era la primera vez que pisaba una colonia de aves marinas como aquella. Años atrás había visto una en las Islas Lofoten en Noruega, pero desde el mar, sin poder bajar. El espectáculo desde tierra no tenía comparación.  

Nada más llegar a Hornoya empezamos a ver cientos y cientos de aves marinas en su ir y venir de los cortados al mar. Esta isla cuenta con varios acantilados y un faro en el que disfrutamos de la abundancia de aves a pesar de la lluvia fina que caía. Las aves aprovechaban hasta el último hueco disponible en aquel lugar para criar, el panorama era sobrecogedor.





Frailecillos (Fratercula arctica). Foto: Sebastián Lara.
Las aves más abundantes eran las gaviotas tridáctilas y los araos comunes pero también  eran numerosos los frailecillos atlanticos (Fratercula arctica), las alcas (Alca torda), los araos aliblancos (Cepphus grylle) y los cormoranes moñudos (Phalacrocorax aristotelis).

El movimiento de aves en torno a los cortados era tal que, en una ocasión, a Diego le cayó encima un álcido de algún tropiezo aéreo. Cuando lo tomó en sus manos resultó ser un arao de Brünnich (Uria lomvia), que también es casualidad porque de los dos araos ese es el más escaso.






Diego  con Arao Brünich.  C.M. Aguilar Gómez.
Tras el subidón de adrenalina que fue la visita a las islas, regresamos a Vardo y continuamos la carretera de la costa. En el camino vimos escribano nival (Plectrophenax nivalis) y escribano lapón (Calcarius lapponicus). Al final del trayecto, en Hammingberg encontramos un auténtico paisaje de fin del mundo, desolado, pura tundra, con un mar embravecido y olas azotando con fuerza la costa. Habíamos abandonado la protección del fiordo y salíamos a la zona expuesta a los vientos del Mar de Barents, teníamos el puro Ártico en nuestras narices.


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