viernes, 26 de abril de 2013

Sudáfrica 2 (2012) Kruger 1, Entrada por Punda María

Águila cafre (Aquila verreauxii). Oscar Gutiérrez
De Johannesburgo al Kruger, el paisaje invitaba a parar a cada poco, pero de habernos dejado llevar por nuestros deseos no habríamos llegado nunca. Aun así, de camino pudimos observar volando el único secretario (Sagittarius serpentarius) que veríamos en todo el viaje, un ave nada fácil como ya nos habíamos informado. Otra especie que también teníamos por difícil, y que para la mayoría del grupo era un objetivo, era el águila cafre (Aquila verreauxii). Sin embargo la vimos desde una cuneta en la primera parada para echar un bocado. Junto a un precioso afloramiento de granito rosado, Diego puso sus prismáticos en dirección a uno de esos bolos y zas! allí estaba esperándonos para ser observada. ¡Vaya subidón!, si así empezábamos, el viaje sudafricano prometía.



Bosques de mopane y baobabs. César Mª Aguilar
Aún hubo más especies y alguna parada adicional antes de llegar al Copacopa, el alojamiento donde dormimos antes de entrar al parque por Punda María. Al día siguiente, bien temprano, salimos para estar en la puerta del parque a la hora de apertura, las 5:30 h. Pronto empezarían los problemas con la rueda del coche en el que íbamos Oscar, Javier y yo. Un pinchazo en el Kruger puede ser un quebradero de cabeza y nuestra rueda medio desinflada amenazaba con aguarnos el día . Allí no puedes bajarte a cambiarla, debes avisar a un campamento para que venga un ranger armado a estar contigo. Bajo ningún concepto quieren que nadie se baje en los caminos. Con ese incidente, los dos coches fuimos cada uno a nuestro aire aunque nos juntamos a la tarde en la parte norte.
 


Kudus (Tragelaphus strepsiceros). César MªAguilar
El paisaje que nos encontramos en el sector norte del Kruger era muy distinto a lo visto en la carretera de acceso. Todo estaba bastante más seco que en Johannesburgo, en el parque parecía que las lluvias no habían llegado aún, aunque el arbolado estaba comenzando a brotar. Casi todo era un árbol caducifolio llamado mopane (Colophospermum mopane). Destacaban pequeñas sierras con otro tipo de arbolado más denso y de vez en cuando algunos gigantescos baobabs (Adansonia digitata). Comenzamos a ver algunos ungulados como cebras (Equus burchelli), impalas (Aepyceros melampus), kudus (Tragelaphus strepsiceros) y nialas (Tragelaphus angasii), también los primeros elefantes (Loxodonta africana). 




Carraca lila (Coracias caudatus) César Mª Aguilar
Disfrutamos con aves como el águila marcial (Polemaetus bellicosus), la carraca lila (Coracias caudatus), el toco piquigualdo sureño (Tockus leucomelas) o el cernícalo dorsinegro (Falco dickinsoni), entre un montón de especies nuevas. El paisaje en general estaba bastante seco, así que en las pozas de agua del puente de Pafuri, los mamíferos se concentraban en una cantidad mayor a la que estábamos acostumbrados. La verdad es que ver allí mamíferos no es sencillo al principio, uno lleva la imagen preconcebida de que todos los parques africanos deben ser como las extensas sabanas de Kenia y Tanzania, pero no es así.





Águila marcial (Polemaetus bellicosus). C. Aguilar
En el Kruger el hábitat boscoso lo ocupa todo y son escasas las zonas abiertas donde puedas tener amplias vistas. Las observaciones se van produciendo a salto de mata y poco a poco a medida que vas recorriendo los numerosos caminos.  Hay carreteras asfaltadas, buenas pistas de tierra y luego están los loops, pequeños recorridos circulares para acercarte a un punto de agua, una ribera o un lugar con vistas. Cuantos más kilómetros haces allí más posibilidades hay de encontrar distintas especies. Así, con el transcurrir del día íbamos sumando observaciones desde la ventanilla del coche.

domingo, 21 de abril de 2013

Sudáfrica 1 (2012) Un recorrido por el noreste del país


Izda a dcha Héctor, José, Oscar, Diego, César, Javier
El pasado mes de octubre de 2012 partíamos hacia Sudáfrica un grupo de cuatro amigos del Grupo Ornitológico de La Rioja (Javier Robres, Oscar Gutiérrez, Héctor García y yo mismo) más un par de amigos navarros (José Ardáiz y Diego Villanúa) que no quisieron perderse el viaje. Javier y yo llevábamos tiempo pensando en hacer un gran viaje de naturaleza pero sin un destino concreto, hasta que Sudáfrica cayó en nuestra lista de deseos. A partir de ahí nos obsesionamos con ese destino. Sudáfrica es un país inmenso con una gran variedad de paisajes (desiertos, regiones mediterráneas, grandes montañas, sabanas…), así que había que acotar la zona a visitar en una estancia de 17 días.

 

Cebras en el boscoso parque Kruger. C. Aguilar
Nuestra idea no era ir corriendo de un lugar a otro intentando ver todo lo posible, sino centrarnos en una zona manejable. Así,  fijamos el Parque Nacional Kruger como nuestro objetivo. Uno de los atractivos de ese parque es que, a diferencia de otros grandes parques africanos, allí existe la posibilidad de entrar con tu propio coche y moverte libremente viendo fauna. Es así en la mayoría de los parques sudafricanos ya que tienen excelentes infraestructuras de uso público (carreteras, pistas, señalizaciones, hides…) que te facilitan que puedas hacerlo sin problemas y con un turismo. Eso sí, allí las normas son "sagradas" y hay que ceñirse a ellas si no quieres tener problemas.



Encuentro con los ranger del Kruger. C. Aguilar
Su cumplimiento te evita incidentes con la fauna, pero sobre todo que te caiga una buena multa de los rangers y, según la norma que infrinjas, hasta te pueden expulsar del parque. La norma fundamental es que no es posible bajarse del coche, salvo en los hides, áreas de pícnic y puntos panorámicos. Tampoco se puede circular a más de 40 ó 50 km/h según la pista, y todas las tardes has de haber salido del parque o estar dentro de un campamento antes de la hora indicada en los paneles. Entre los atractivos del sitio está que es lo suficientemente grande como para pasar muchos días dentro. De norte a sur tiene unos 350 km y su anchura ronda los 65 km. Nosotros planificamos un recorrido empezando por el norte y bajando hasta el sur en 8 días cambiando cada noche de campamento.

 

Hicimos todas las reservas con antelación, ya que de lo contrario es muy probable que no tengas sitio. Nuestro invierno es su temporada alta, así que tuvimos que trazar antes de ir el  recorrido con tiempo para hacer las reservas sin problemas. Tras el periplo por el Kruger, tres miembros del grupo (Héctor, José y Diego) regresarían a Johannesburgo para coger el avión de vuelta a España. Sus días de vacaciones se acababan. Los tres restantes (Javier, Oscar y yo) seguimos ruta sin reservas, sobre la marcha. Primero cruzamos el país de Swazilandia y regresamos a Sudáfrica por la región de Kwazulu-Natal hasta la población de Santa Lucía en las costas del océano Índico.



Carretera Johannesburgo-P.N. Kruger. C. Aguilar
El primer día, según aterrizamos en Johannesburgo, nos dirigimos en dos coches alquilados hacia el noreste del país a la entrada del Kruger de Punda María, a más de 600 km. Lo primero que me sorprendió al circular por las carreteras sudafricanas fue la buena conservación del paisaje. Los parques nacionales tendrían gran fauna, pero esos cientos de kilómetros que recorrimos tenían un hábitat espectacular. Zonas de acacias frondosas con aspecto de dehesas del sur de España en abril. Las lluvias habían hecho su aparición unas semanas antes y todo estaba de un verde exuberante. El paisaje era una sucesión de lomas onduladas y cordales montañosos completamente forestales, muy pocas poblaciones y casi nada transformado para agricultura.

sábado, 13 de abril de 2013

Un naturalista y otras bestias (libro)


Un naturalista y otras bestias.
Relatos de una vida al natural.
George B. Schaller
Editorial Altair
ISBN:978-84-937555-3-9 
(Biblioteca Pública de La Rioja 59 SCH nat)




¿A qué naturalista no le gustaría vivir la vida de Schaller?..., a mí desde luego que sí. George B. Schaller ha trabajado con la Wildlife Conservation Society de Nueva York, durante más de medio siglo, por todo el mundo con las especies más emblemáticas. Desde luego ha sido un pionero, un buen divulgador y un perseverante conservacionista que ha dirigido sus estudios de campo para servir de base a la preservación de los animales y sus hábitat. Según la National Geographic Society es el mayor defensor de la naturaleza y de acuerdo a Peter Matthiessen, el escritor, el mejor biólogo de campo de todos los tiempos.



En este libro recoge y ordena un buen número de crónicas cortas de sus estudios escritas en diferentes momentos de su vida. Por sus páginas pasan los relatos del seguimiento de los cabirús de Alaska, los de los gorilas de montaña en los volcanes Virunga, antes de que llegara por allí Dian Fossey, o los seguimientos de felinos tan emblemáticos como el jaguar en Sudamérica, el tigre en India, el guepardo en el Serengeti o el leopardo de las nieves en Asia. También otras especies menos conocidas de ungulados de las selvas del sudeste asiático de las que poco se sabía hasta el momento en que él las estudió. Vivencias tras la fauna por los continentes de América, África y Asia, todas en parajes naturales de gran atractivo.


Las numerosas publicaciones de Schaller sobre la fauna mundial apenas han tenido traducción al castellano, así que se agradece esta compilación . Como naturalista y biólogo, la vida de Schaller es admirable y envidiable. Con este libro, al menos podemos soñar e imaginar todos esos paisajes y especies que quizás no lleguemos a ver (o algunas quizás sí) diseminadas por el ancho mundo. Un mundo con una exuberante biodiversidad de la que Schaller ha sido un observador de primera fila en el último medio siglo.
 

viernes, 5 de abril de 2013

Leviatán o la ballena (Libro)


Leviatán o la ballena
Philip Hoare
Atico de los libros. 2010

ISBN 978-84-937809-4-4
(Biblioteca Pública de La Rioja 599-HOA lev) 

Los viajes con un libro a mano se disfrutan más, así que en viaje a Sri Lanka del verano del 2012 dudé cuál llevarme  y al final me decanté por este del que había leído tan buenas críticas. Las costas de Sri Lanka fueron el primer lugar del mundo donde se hizo una filmación de cachalotes en su medio natural y eso no fue hasta el año 1984, mucho después incluso de que el hombre hubiera llegado a la luna. Nosotros ya por el espacio y aún ni siquiera habíamos documentado en su hábitat a uno de los animales más grandes del planeta, ese es el abismo de conocimiento que ha habido, y aún hay, con buena parte de los habitantes del océano. Aunque las costas de Sri Lanka son buenas para ver varias especies de ballenas, la época del monzón en que viajamos nos impidió disfrutar de ellas en las playas del suroeste. Sin embargo el libro me acercó a unas fascinantes historias en torno a los desconocidos cetáceos en los ratos de ocio frente al mar Indico, en los desplazamientos en tren y autobús y en la ida y vuelta en avión.


El libro no es un libro de viajes al uso, pero contiene varios viajes del autor por las principales costas con tradición ballenera. Entre ellas, las Islas Británicas, Estados Unidos y Azores. Esos viajes no son el centro de la narración pero se dejan ver a flashazos entre las líneas del texto, discretas. Son el camino para acceder a las historias de personajes de cuando hombres y ballenas entablaban batallas cuerpo a cuerpo en medio de los océanos. Tampoco es un ensayo en el sentido estricto de la historia natural de las ballenas o de la historia de su persecución durante varios siglos, pero hacia ahí miran buena parte de sus páginas. 

El hilo conductor es la obra cumbre del escritor Herman Melville: Moby Dick. Philip construye su libro a partir de las referencias a ese clásico y a su época, por ello hay algo de ensayo literario en este "Leviatán o la ballena". También deja en el texto su impronta más intima y personal del periodo de vida en que lo fue escribiendo. Para mí se trata de un libro que ha conseguido sorprenderme a cada poco, con una narración que gira y se bifurca cada rato, nada lineal y que, como ya han recogido otros en sus críticas, bebe de las fuentes de la literatura de viajes por excelencia, la de Bruce Chatwin.


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