viernes, 23 de junio de 2017

Nueva Zelanda 12 (2016) Fiorland: Valle Eglinton y Lago Marian

Valle Eglinton-P.N. Fiorland Foto: C.M. Aguilar Gómez
El extremo suroeste de Nueva Zelanda es una región con una intrincada red de fiordos. A diferencia de los fiordos que recorrimos en el ferry por el estrecho de Cook, a la entrada de Picton, estos sí son auténticos fiordos glaciares y no valles fluviales hundidos. Es por eso que presentan abruptas paredes debido a la erosión del hielo.

Para acceder a esta región nos dirigimos a la población Te Anau, junto a un gran lago del mismo nombre, que es la puerta de entrada a la zona. Aquí se sitúa el mayor parque nacional del país, Fiorland, que comprende una región de 21.ooo km2 que incluyen 15 fiordos, 5 grandes lagos y extensas zonas boscosas y alpinas.



Petroica isla sur (Petroica australis) C.M. Aguilar Gómez
La mayor parte del extenso parque nacional no es accesible o solo lo es por rutas a pie para montañeros bien entrenados. La mayoría de los valles están muy alejados de cualquier acceso rodado, ni siquiera una pista. Muchas zonas superan los 2000 metros y aquí también hay campos de hielo en algunas cumbres.

La región es tan inaccesible que aquí se encontraron algunos de los últimos ejemplares de aves que se habían extinguido en otras partes del país. La barrera que supone este relieve hizo que los predadores no llegaran a determinados enclaves o que sus densidades fueran muy bajas. En un valle de estos es donde se redescubrieron los calamones takahe.




Valle Hollyford -P.N. Fiorland. C.M. Aguilar Gómez.
En Te Anau visitamos un sistema de cuevas donde pudimos ver los famosos glow worm, unos gusanos que producen luz azul y que tapizan las bóvedas de muchas cavidades de Nueva Zelanda. Se trata de la forma larvaria de un díptero (Arachnocampa luminosa) que utiliza la luz como atracción para capturar polillas. Un espectáculo que no se puede fotografíar.

Dejando Te Anau nos dirigimos hacia el fiordo más accesible de la zona, Milford Sound. La ruta para llegar allí es la del valle Eglinton donde, una vez más, te sumerges en bosques australes llenos de verdor.
 




Vistas desde el Lago Marian. foto: C.M. Aguilar Gómez.
En los bosques del valle Eglinton vimos petroica neozelandesa de la isla sur (Petroica australis) y halcón maorí (Falco novaeseelandiae), una pequeña rapaz que aunque está bien distribuida por el país no se ve fácilmente.

Otro valle bien recomendable es Hollyford que cuenta con una pista de tierra de lo que fue una carretera que nunca llegó a terminarse. Este si es uno autentico lugar de fin del mundo. Desde aquí accedimos al lago Marian, un gran lago glaciar con vistas a preciosas cumbres con hielo y nieve.

miércoles, 14 de junio de 2017

Nueva Zelanda 11 (2016) Glaciares y bosques en la costa oeste

Paisajes de la costa oeste. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
La carretera de la costa oeste, que encontramos tras cruzar Arthur´s Pass, recorre una de las regiones menos pobladas de Nueva Zelanda. Una con apariencia de fin del mundo. Para acentuar más esa sensación está su historia, que incluye un periodo de colonización y fiebre del oro que comenzó hacia 1860.

Las poblaciones aprovechan los fondos de valle para la ganadería, pero fuera de ellos el paisaje es todo bosque. Solo bosque. Detrás las montañas en una de las zonas que más llueve de todo el país.






 

Bosque, nieblas y cascadas. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Los frentes cargados de agua procedentes del mar de Tasmania chocan en esta costa contra los Alpes neozelandeses dejando un paisaje saturado de verdor. Gran parte de la carretera pasa por zonas con unas precipitaciones medias superiores a los 4000 mm anuales. En las montañas del fondo bastantes más.

Una buena vista de la cordillera y de algunas de sus mayores cimas se obtiene desde el lago Matheson. Desde allí, si el día está despejado, se puede ver el mítico Monte Cook (3724 m) y algunos de los otros tresmiles que lo flanquean, como el Monte Tasman.




 


Mte Cook y Tasman tras Matheson C.M. Aguilar Gómez
La falla que ha originado este levantamiento es una de más largas que aún permanecen activas en el mundo. Los geólogos han calculado que esta cordillera se levanta unos 5 metros cada 200-400 años, cuando se libera la tensión de la falla, que viene a coincidir con terremotos de gran intensidad.

En los Alpes neozelandeses también se dan cita los glaciares. Extensos campos de hielo cuyas lenguas desbordan por diversos valles. Hay dos que caen de forma abrupta hacia la carretera de la costa, son los glaciares Franz Josef y Fox, dos de las paradas destacables en la ruta.





Lengua del glaciar Franz Josef. C.M. Aguilar Gómez.
Las lenguas de estos glaciares han retrocedido bastante en las últimas décadas y, quizás, ya no sean igual de impactantes que años atrás. El frente se ha mezclado con rocas y presenta un aspecto sucio, con el hielo azul cada vez más arriba. Aún así un glaciar es un glaciar y encontrarlos aquí es una agradable sorpresa. 

Nosotros visitamos los dos glaciares, aunque quizás lo que más me impresionó fue el propio valle que han labrado. Un valle con paredes de roca pulida en los escasos lugares donde la vegetación aún no ha podido progresar. 





Varias especies de árboles. Fotos: C.M. Aguilar Gómez.
Otro lugar donde ver y aprender de la vegetación de estos bosques es el propio lago Matheson que cuenta con un recorrido circular con variedad de árboles nativos. Entre ellos vimos especies como el totara (Podocarpus totara), el rimu (Dacrydium cupressinum), el kahikatea (Podocarpus dacrydoides),  el árbol lanza (Pseudopanax crassifolius) o Fuchsia excorticata. 

Además de los glaciares y al lago Matheson, otro lugar que visitamos fue la población de Okarito, allí se encuentra una de las especies de kiwi con una distribución más restringida. En la búsqueda nocturna no tuvimos suerte con él, pero sí con el ninox maorí (Ninox novaeseelandiae), la única rapaz nocturna autóctona en el país.

sábado, 3 de junio de 2017

Nueva Zelanda 10 (2016) P.N. Arthur´s Pass y valle Hadwon


Valle Hawdon y monte Pyramid. C.M. Aguilar Gómez.
La isla sur de Nueva Zelanda está recorrida longitudinalmente por la cordillera de los Alpes neozelandeses. Esta elevación está originada por el contacto de las placas tectónicas del Pacífico y de Australia y alcanza cotas que superan los 3700 metros. Si bien en la zona norte la dorsal montañosa aún no es muy elevada, a medida que vas bajando por la isla hay que optar por una u otra vertiente ya que no hay tantos pasos.

Desde Kaikoura elegimos el conocido como Arthur´s Pass para acceder a la costa oeste, la del mar de Tasmania. Cuando nos dirigimos hacia ese lugar no tenía mucha idea de lo que iba a encontrarme, y quizás por ello había imaginado cumbres nevadas y paisajes alpinos.



Interior del bosque de Nothofagus. C.M. Aguilar Gómez
Pero lo que hallamos fueron enormes valles y extensos bosques de hayas australes. Me encantó, así que buscamos un lugar donde dormir esa noche y desde el que explorar un poco la zona a la mañana. Y dimos, por casualidad, con el valle Hawdon que resultó ser un sitio increíble.

La densidad de hayas australes en Hawdon es tal, que difícilmente puedes caminar por el bosque sin un sendero abierto. Una de las opciones para recorrer la zona es aventurarse por los enormes aluviales que dejan los ríos aunque, tarde o temprano, te verás obligado a cambiar de orilla y en esas condiciones no hay puente que aguante.




Flores de Nothofagus. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
En esos momentos es cuestión de descalzarse y cruzar los valles por vados de aguas someras como lo hacen los senderistas locales. Cuando nosotros visitamos el lugar las hayas australes (Nothofagus sp) estaban en floración. Comprobamos que sus flores rojas tienen poco que ver con las de nuestras hayas, las verdaderas hayas, las del género Fagus.

Sorprende también ver cómo es el interior de estos medios forestales que nunca han sido explotados. Al parecer, en ellos no había ninguna madera que interesara realmente, o estaban tan a desmano que no merecía la pena. Por ello, casi un tercio de la biomasa de estos bosques es madera muerta, algo completamente natural.



Petroica (Petroica macrocephala). C.M. Aguilar Gómez.
Dimos por casualidad con este valle, pero al poco supimos que era un lugar importante para la conservación del perico maorí montano (Cyanoramphus malherbi). En 2013 se estimaron un total de 290-690 aves en solo tres sitios del país, de los cuales el valle Hawdon es el mejor. Con razón vimos abundantes trampas para el control de mamíferos.

Ver esa cotorra era bastante improbable pero al menos disfrutamos con otra pequeña ave autóctona, curiosa y confiada, la petroica carbonera (Petroica macrocephala). También otras aves forestales como el gerigón maorí (Gerygone igata) o el anteojitos dorsigrís (Zosterops lateralis).




Nestor notabilis ojeando turistas. C.M. Aguilar Gómez.
Más tarde, en la cafetería del puerto del Arthur´s Pass, tuvimos nuestro primer encuentro con el kea (Nestor notabilis), un loro de montaña que se encuentra entre las aves más inteligentes del mundo. Los keas son difíciles de ver en su hábitat alpino, pero siempre hay grupos que bajan a sitios humanizados.

Los de Arthur´s Pass bajan a la cafetería a comer restos en las terrazas, aunque está prohibido alimentarlos. Nosotros pasamos un buen rato viendo como estos inteligentes loros burlaban a los turistas y les merendaban las magdalenas al menor descuido. Por su mirada no escapaba nada de lo que acontecía en la terraza y más de uno se quedó sin almuerzo ese día.


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