jueves, 13 de enero de 2011

Bielorrusia 1 (2010) Buscando el este

Gueto de Varsovia. Foto: César María Aguilar Gómez.
Un par de años me había costado convencer a algunos de mis amigos del Grupo Ornitológico de La Rioja para visitar Bielorrusia, como para que ahora un volcán en erupción nos dejase en tierra. Ya casi lo hemos olvidado, pero durante algunas semanas no se hablaba de otra cosa. Un volcán de nombre impronunciable, el Eyjafjallajökull, en Islandia había entrado en erupción en abril de 2010. El espacio aéreo europeo quedó cerrado por la nube de cenizas y nosotros teníamos que volar el 24 de abril. Tuvimos suerte entonces ya que, tras las cautelas iniciales, los organismos reguladores de la aviación europea comenzaron a permitir vuelos la semana previa y la situación se normalizó. Por otra parte, conseguir los visados para el país tampoco había sido fácil ni barato así que teníamos menos flexibilidad que en otros viajes. En el “gabinete de crisis” que preparamos una semana antes, con unas cañas de por medio, ya hablábamos de abandonar o de la opción "inviable" de ir conduciendo hasta allí por las bravas. Finalmente pudimos volar a Minsk con escala en Varsovia, donde aún quedaban los crespones negros en las banderas por la muerte del presidente y buena parte del gobierno polaco en un accidente aéreo.




65 aniversario fin de la ocupación. C.M. Aguilar Gómez
Bielorrusia es un país bien curioso, casi en el “eje del mal”, pues aunque formalmente es una democracia allí ganaron las elecciones los comunistas de la vieja guardia y ahí siguen, cambiando leyes para no marcharse. Cuando llegamos aún andaban celebrando los 65 años del fin de la ocupación del país al acabar la Segunda Guerra Mundial. En cualquier caso nosotros íbamos a ver naturaleza que de eso el país anda bastante sobrado. Desde hace algunos años tenía el contacto de Vadim Sidorovich, un especialista en carnívoros muy amigo de un compañero estonio con el que trabajo, Madis. Vadim se había ofrecido a enseñarnos los bosques de la zona en la que trabaja y guiarnos para tratar de ver fauna y rastros de mamíferos. Él es especialista en lobos pero la zona tiene otros alicientes “de pelo” como linces boreales, alces, castores y ¡bisontes en libertad!. Disponer de un anfitrión así, para un país difícil de visitar y sin apenas turismo, era una propuesta muy apetecible.



Tras registrarnos en comisaría. Foto: Manolo Esteban.
Entre unos y otros, reuní para el viaje a tres buenos amigos del GOR (Diego Benavides, Javier Álvarez y Oscar Gutiérrez) y a dos guardas de Aragón que resultaron también excelentes compañeros (José A. González y Manolo Esteban). El plan de viaje era atípico, pues no íbamos a desplazarnos visitando espacios naturales por el país como en otras ocasiones. La idea era quedarnos los diez días de estancia en unas casas que Vadim utiliza como estación biológica en medio de un bosque donde realiza sus estudios. Desde allí haríamos recorridos por diferentes zonas, probando suerte con distintas especies y haciendo muchos recorridos a pie a diario. En la elección de las fechas pesó evitar los numerosos mosquitos que, a esas latitudes, ya te hacen la vida imposible a partir de mediados de mayo. También la visibilidad dentro del bosque es mayor, con un arbolado aún comenzando a brotar.



Paisaje saliendo de Minsk. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
El bosque en cuestión no tiene ni siquiera una figura de protección, pero tiene una buena comunidad de mamíferos y una superficie de unos 5.000 Km2, tantos como La Rioja entera. Para llegar tardamos cerca de una hora por carretera entre paisajes rurales desde Minsk y otra hora más por pistas de tierra. Todo el país es completamente llano y muy forestal y en ese sentido no hay grandes diferencias de paisajes salvo las zonas húmedas o las cultivadas. Aunque para esos días Vadim nos ofrecía por especialidad enseñarnos todo tipo de rastros de mamíferos, nosotros también albergábamos esperanzas para aves, anfibios y reptiles. Aun así para algunos pajarillos migrantes era aún un poco pronto, pero de cualquier forma diez días en un bosque tenían que dar para mucho.

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