Ahora que acabo de regresar de Lanzarote recuerdo algunas pérdidas de escritores del pasado 2010 que van a ser difíciles de reemplazar. Lo comento a raíz de la pérdida del escritor portugués y premio Nobel de Literatura José Saramago que tomó Lanzarote como tierra de adopción. Pero no sólo Saramago, también otros dos grandes nos dejaron el año pasado, José Antonio Labordeta y Miguel Delibes. Todos ellos fueron producto de épocas y circunstancias que difícilmente se repetirán y representan a un tipo de escritores que realmente admiro. No los valoro solo por su profesión de escritores, sino por su compromiso como intelectuales, con una conciencia crítica y a la altura de los tiempos que les han tocado vivir. Desde luego que no soy crítico de libros y solo me he leído una mínima parte de lo que han escrito, pero los tres me han trasmitido una mirada lúcida sobre el paisaje y la naturaleza, una reivindicación del paisanaje y de formas de vida rurales alejadas de la sociedad de consumo y un gran interés y compromiso por dignificar la condición del hombre. El molde de este tipo de escritores se ha roto, ya que hoy en día la mayoría son buenos profesionales de su oficio y luego cada uno a lo suyo… nada qué ver.
En los tres está presente el viaje y la naturaleza, pero no ese viaje exótico que hoy se exhibe como una actividad de consumo. Lo suyo ha sido un acercamiento sosegado y tranquilo a diferentes geografías, un interés por conocer y aprender de realidades no necesariamente muy distantes. El de José Saramago es un viaje por la cultura que lo formó como Tras-Os-Montes o el Alentejo entre otros, y que recoge en su libro “Viaje a Portugal”. Pero lo de Saramago no ha sido un perspectiva local, su presencia llegaba a muchos rincones del mundo donde un intelectual de su talla fuera necesario. Últimamente le vi prestando su voz contra la urbanización insostenible y la locura del ladrillo en la isla de Lanzarote. Nos quedan palabras como estas del Viaje a Portugal “La felicidad, sépalo el lector, tiene muchos rostros. Viajar es, probablemente, uno de ellos. Entregue sus flores a quien sepa cuidar de ellas y empiece. O reempiece. Ningún viaje es definitivo”.
Miguel Delibes es el gran maestro en saber plasmar la relación del hombre con la naturaleza rural. “El Camino” con personajes como Daniel el Mochuelo nos llevan a un periodo en el que los chavales de los pueblos tenían una relación estrecha con la naturaleza, aún con todas las “burradas” que hacían. De Miguel Delibes se pueden leer hasta sus libros de caza, sin gustarte la caza, por la sensibilidad y tacto que destilan. Sin ir más lejos ahí está la contribución de dos de sus hijos biólogos, Miguel y Juan, el primero director de la Estación Biológica de Doñana durante años y el segundo impulsor de la revista Trofeo, una de las pocas respetables en el mundo editorial cinegético por su rigurosidad. Pero es que al igual que los otros dos escritores que estoy comentando, este hacía gala del compromiso del intelectual que le llevó a dedicar su discurso de entrada en la Real Academia de las Letras a poner de manifiesto la degradación que estaba sufriendo el medio ambiente y que luego se publicó como libro, “La naturaleza amenazada”. También me sorprendió dar con un libro como “La primavera de Praga” donde con un tratamiento campechano y nada sectario, raro en escritos políticos, Miguel es espectador casual de los cambios que se estaban fraguando en Checoslovaquia a finales de los sesenta. Ya últimamente siguió en la brecha con el libro que publicó con su hijo Miguel llamado “La tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?" y que tengo entre la lista de libros pendientes de leer.
Y por último quizá el más mediático de los tres, José Antonio Labordeta. Con aquella serie de recorridos por todo el territorio peninsular, “Un país en la mochila”, nos acercó a un montón de sitios de aquí al lado que casi ignorábamos que existieran. En una ocasión, acababa de regresar de un viaje en furgoneta por el Maestrazgo y otras zonas de Teruel con Iratxe y nos lo encontramos en Logroño a la puerta del Teatro Bretón. Su hija actuaba esa noche en el teatro y aprovechamos a saludarle. Esos días habíamos estado usando un artículo sobre el Maestrazgo que había escrito en la revista Península y quisimos comentarle lo que nos había gustado. Fueron unas pocas palabras sobre ese artículo y la comarca, pero me gustó el trato humilde y cercano, que no era impostado para los capítulos de la serie aquella. Y ademas de todo esto, su compromiso y convicciones inquebrantables. En esta última línea, nuevamente un libro que tengo pendiente "Memorias de un beduino en el Congreso”. Y es que lo mejor de los buenos escritores es que siempre nos quedan ahí sus libros para volver sobre ellos.
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