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Hayedos y robledales brotando. Foto: César María Aguilar Gómez. |
Finales de abril y la Cordillera Cantábrica se despereza. El incremento de las temperaturas nutre de agua en abundancia a los torrentes, las nieves quedan relegadas a las cumbres y las hojas de las hayas brotan frágiles deseando que las heladas de mayo no les sorprendan.
Bajo la sombra del hayedo los helechos desenroscan sus frondes con aspecto de Nautilus antediluvianos y las plantas nemorales se apresuran a completar su ciclo sabiendo que está próximo a terminar el tiempo en el que los rayos del sol alcanzan el suelo. Las plantas de Saxifraga lo saben y apuran su floración, pero el ramillete de Oxalis que crece en un haya trasmochada no parece tener tanta prisa.
En estos días la actividad de los osos cantábricos se acelera. Una osa que ha dado a luz a un cachorro mientras hibernaba, sale de su cueva varias veces al día para enseñarle al pequeño cómo es el mundo al que ha llegado. De momento solo verá unos prados colgados entre escarpes rocosos, el lugar inaccesible que su madre ha escogido para criar con el fin de ponerlo a salvo de la furia de los machos que ahora buscan hembras como ella.
Si uno de ellos logra dar con ellos no dudaría en matar a la cría para forzarla a entrar en celo, pero estando donde los vemos parece que el pequeño está de momento protegido del peligro. A vista de telescopio, y pese a la distancia, podemos ver bien a la hembra que pasta frente a la cueva, pero el retoño es apenas un pequeño monigote que intuimos a su alrededor buscando juego y atención entre carreras y cabriolas.
No lejos de allí, en las faldas de la montaña una osa se hace acompañar de un gran macho con un característico “collar amarillo” en el diseño del pelo del cuello. Ambos caminan juntos, juegan, se olfatean, se revuelcan... el macho se muestra cariñoso pese a su corpulencia y la hembra se muestra receptiva.
Con las luces de la tarde cayendo sobre el piornal comienzan las cópulas. A la mañana siguiente volvemos a localizar a telescopio a la misma hembra desde la ladera de enfrente. A penas han pasado 12 horas y, sorpresa, quien la acompaña no es el macho del “collar amarillo”. Su nuevo compañero es un macho negro, más desgarbado y menos corpulento, parece más joven. Ella sí es la misma.
Este también es un macho cariñoso y las cópulas llevan su tiempo. A medida que avanza la mañana los rayos del sol nos dificultan seguirlo a telescopio hasta que, finalmente, ambos se pierden caminando tras una loma. Toca descansar.
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Frondes de helechos. Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Saxifraga sp. Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Hayas recién brotadas. Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Oxalis acetosella. Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Oso pardo (Ursus arctos). Hembra (Dcha.), macho 1 (Izda.). Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Oso pardo (Ursus arctos). Hembra (Izda.), macho 1 (Dcha.). Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Oso pardo (Ursus arctos). Hembra (Izda.), macho 2 (Dcha.). Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Oso pardo (Ursus arctos). Hembra (Dcha.), macho 2 (Izda.). Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Oso pardo (Ursus arctos). Hembra (Dcha.), macho 2 (Izda.). Foto: César María Aguilar Gómez. |
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Oso pardo (Ursus arctos). Hembra, macho 2. Foto: César María Aguilar Gómez. |
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