Me arqueo, tomo aire, impulso, me sumerjo. Miro hacia arriba y el sol me ciega como si mirara de frente al haz de un proyector. Cine de verano. Aquí abajo se proyecta un documental en sesión continua desde hace millones de años. Uno de Cousteau, con protagonistas distintos, pero con argumentos similares. Y ya entonces, en la época del antiguo mar de Tetis, el padre del hoy llamado mar Mediterráneo, la posidonia estaba aquí.
Nadando sobre la pradera están las salpas (Sarpa salpa). Como manadas de herbívoros en el Serengueti la recorren en densos grupos y le arrebatan, aquí y allá, pequeños fragmentos de sus hojas con sus bocas picudas. Pero las apariencias engañan, no pastan, solo buscan las algas epífitas que cubren sus frondes. Estos peces en “pijama” de rayas amarillas son de los más agradecidos de estos fondos: abundantes, luminosos, confiados, predecibles.
Aprovechando la protección que brinda la posidonia hay también cardúmenes de jóvenes bicudas (Sphyraena viridensis), unos parientes de las barracudas con los que comparten el gesto fiero de la mandíbula. También abundan los besuguitos (Pagellus acarne), unos peces hermafroditas que cambian de sexo a largo de su vida.
La estrategia hermafrodita, la ocurrencia de ambos sexos en el mismo individuo, es habitual en los peces. Algunas especies, como la vaquita (Serranus scriba), llegan a tener ambos sexos al mismo tiempo, pero otras nacen con un sexo y, en determinadas circunstancias, si son hembras cambian hacia machos. Esto es lo que ocurren en el pez verde (Thalassoma pavo) y la doncella (Coris julis), dos de los peces más coloridos de estas aguas.
Una adaptación opuesta a la de lucir llamativos colores es la que siguen dos especies bentónicas que descansan sobre el suelo. El gobio de roca (Gobius cobitis) y el diminuto lenguado podas (Bothus podas) se mimetizan en los fondos de roca y arena, respectivamente, hasta hacerse invisibles.
Los fondos naturales de cualquier mar están llenos de detalles, formas de vida y paisajes tan extraños a nuestra condición de mamíferos terrestres que no dejan de sorprendernos. Estos del Cabo de Gata en el Mediterráneo son solo una muestra, pero de un ecosistema bien conservado. Como debieran hallarse todos.
Salpas (Sarpa salpa) con su llamativo diseño de “pijama” de rayas amarillas, “pastando” en la pradera de Posidonia oceanica. Foto: César María Aguilar Gómez. |
Cardumen de jóvenes bicudas (Sphyraena viridensis), un pariente inofensivo de las “temibles” barracudas del Caribe. Foto: César María Aguilar Gómez. |
Bicudas (Sphyraena viridensis) bajo el reflejo de luz de la superficie marina en la arena. Foto: César María Aguilar Gómez. |
«Creo que este humano se está acercando demasiado». Gobio de roca (Gobius cobitis). Foto: César María Aguilar Gómez. |
«Uy, creo que no me ha visto, seguiré haciéndome el despistado, con un ojo para Cuenca y el otro para Tudela». Lenguado podas (Bothus podas). Foto: César María Aguilar Gómez. |
Estrella espinosa roja (Echinaster sepositus) desperezándose tras la siesta, con cuidadín para no pincharse en los brazos con los erizos. Foto: César María Aguilar Gómez. |
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