domingo, 9 de noviembre de 2025

Brasil. Criaturas del Pantanal (2025).

Me encanta el término criaturas, lo mismo vale para referirse a un cachorro humano, que para una fiera tremebunda y amenazante, que para un monstruo de una película de Serie B con aspecto de lagarto bípedo que sale del lodazal con una chica en brazos.

Pues eso, que una de las razones por la que la mayoría acudimos al Pantanal es para ver criaturas, y de todas las allí posibles hay una para la que llevamos las expectativas altas, una que en el resto de su área de distribución es un fantasma en la espesura y que en esta zona de Brasil, no solo es posible ver, sino requetever, disfrutar... y hasta aburrirte de ello: el jaguar.

Cuando embarcamos en Porto Jofre hacia algunas de las zonas donde sus avistamientos son más frecuentes esperaba sí, al cabo del día, tener la oportunidad de ver alguno. Sin embargo, no fue uno sino un total de 6 ejemplares diferentes los que vimos en 7 ocasiones a lo largo de la jornada por el río San Lorenzo.

En septiembre, al finalizar la época de seca, los humedales del Pantanal están mermados y el agua apenas circula ya solo por los caños y ríos principales, de modo que una gran parte de la fauna se concentra en sus orillas. Y donde están las presas están los depredadores. Son esas orillas las que frecuentan los jaguares, como cazadores versátiles tanto en la tierra como en el agua.

No es fácil encontrar otro sitio en América donde este felino dé tantas oportunidades. Y tantas veces pasan los observadores por delante de sus narices que, al igual que sucede con leones y leopardos en los parques nacionales africanos, los jaguares del Pantanal se han acostumbrado a ignorarnos.

Así, ya haya una o veinte lanchas en el río, ellos siguen a lo suyo con solo alguna mirada furtiva e indiferente. Y lo suyo, en la jornada que estuvimos recorriendo el río, era dormitar en la rama de un árbol, sestear sobre el barro húmedo de la ribera, cuando a medio día el termómetro casi alcanzaba los 40 grados, o caminar por alguna orilla y zambullirse en el agua a la búsqueda de algún yacaré o capibara despistados. Ver estas y otras criaturas de por allí bien vale un viaje. 

 

Nunca pensé que llegaría a contemplar un jaguar (Panthera onca) con este grado de detalle, sin prisas y con el convencimiento de que la interferencia con su rutina sería mínima. Cosas que solo pasan en el Pantanal. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

A media mañana, con el estómago lleno y a una temperatura ambiente como para pocos movimientos, Marcela, esta hembra de jaguar (Panthera onca) identificada por el patrón de manchas dentro del programada de seguimiento de la especie en la zona, nos ofreció poco más que bostezos en la hora que estuvimos observándola mientras descansaba encaramada en este gran árbol con nidos colgantes de cacique (Psarocolius decumanus) sobre un remanso cubierto de jacintos de agua (Eichhornia crassipes). Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

El jaguar (Panthera onca) es un hábil y versátil depredador que, a diferencia de otros felinos, no rehuye el agua y es habitual verlo nadando y buscando todo tipo de oportunidades en las orillas incluidos peces, galápagos o yacarés. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

La capibara (Hydrochoerus hydrochaeris) es el roedor más grande que existe, con un peso que va de los 27 a los 70 kg. Herbívoro, principalmente de plantas acuáticas, es una especie abundante y demasiado apetecible para un jaguar. Su mirada al horizonte cuando descansa, es pura reminiscencia de aquella mirada puesta en "el mañana", de la célebre foto del Che Guevara. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Ousado, es el nombre que pusieron a este macho, que en 2020 fue rescatado con quemaduras y debilitamiento producido por la afección de un incendio, que fue rehabilitado y liberado de nuevo con un collar con GPS para monitorizar sus movimientos y evaluar su readaptación. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Tras la búsqueda de jaguares y, visto que estábamos teniendo éxito, nos propusimos la búsqueda de nutrias gigantes (Pteronura brasiliensis), una especie que nunca había visto. Durante cerca de una hora estuvimos detrás de esta pareja que, indiferentes a nuestra presencia, pescaban sumergiéndose y buceando en las turbias aguas del San Lorenzo. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Los peces del Pantanal tienen bastante que temer de la potente dentatura de las nutrias gigantes (Pteronura brasiliensis) y su voracidad Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Otra de las criaturas "estrella" del Pantanal es el guacamayo Jacinto (Anodorhynchus hyacinthinus), una especie que en la década de los 80 redujo su población a cerca de 1.500 aves tras ser capturada a millares y comercializada para cautividad. El Proyecto Arará Azul, iniciado en los 90, logró recuperar su población local convirtiéndose en un experiencia de éxito. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Más allá de las especies grandes y mediáticas de la fauna del Pantanal, el propio hábitat de caños, riberas y canales con vegetación inundada es en sí un atractivo enorme donde observar garzas, cormoranes, aningas, martines pescadores y otro montón de aves en sus riberas. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Ousado, el jaguar que por la mañana contemplamos activo en el agua, nos volvió a regalar, a última hora de la jornada, su poderosa presencia en una playa de arena dorada bajo la cálida luz de tarde. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Cuando me preguntan por los peligros de la observación de fauna salvaje, no me gusta minimizar los riesgos ni ser complaciente, me recreo en las dificultades y los "sinsabores" de la empresa, en lo aventurado del empeño, en la épica de la experiencia. Porque sin épica, qué nos queda. No vaya a ser que descubran que no hay nada de especial en maravillarse por lo extraordinario. Mato Grosso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: Iratxe González.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Brasil. Pantanal, el ombligo de América del Sur (2025).

La metáfora no es mía, pero me la apropio para esta entrada, porque es la más gráfica de cuantas he leído sobre este bioma. El Pantanal, en el interior del Brasil, es una región natural no demasiado conocida, pero enormemente rica en fauna.

Situada en el centro geográfico de América del Sur, casi la misma distancia hay al Caribe que a la Patagonia, la misma al Atlántico que al Pacífico. Para completar la metáfora, en ese medio y mitad del interior del subcontinente, a 2.000 km de cualquiera de los océanos que lo bañan, sorprende encontrarse a una altitud de apenas 70 a 200 m sobre el nivel del mar. ¿Es o no un ombligo?

En la capital del estado de Mato Groso, Cuiabá, iniciamos el pasado mes de septiembre un recorrido de cuatro semanas por el sur de Brasil, comenzando por el sector norte del Pantanal (Poconé, Porto Jofre) para seguir hacia el cerrado de las mesetas del Parque Nacional Chapada dos Guimaraes, un bioma forestal seco que es el más extenso de Brasil después de la Amazonía.

De allí nos dirigimos hacia la mata atlántica de Iguazú y sus cascadas, en el estado de Paraná, con una breve incursión en la provincia de Misiones en el norte de Argentina, para regresar y finalizar el mes con un recorrido por la Costa Verde del estado de Río de Janeiro (Paraty, Ilha Grande, Río P.N.Tijuca).

Apenas ha sido un pequeño "arañazo" a este país-continente que es Brasil, un gigante en biodiversidad, en culturas, rítmicas, desigualdades y en un sinfín de aspectos, de los que solo manejamos unos tópicos, que me ponen la cabeza y los sentidos en ebullición. Habrá más. 

El Pantanal norte es recorrido por una única carretera de tierra entre Poconé y Porto Jofre, de 140 km, que muere a orillas del río San Lorenzo y es conocida como la transpantaneira. En el cartel de entrada, un hornero (Furnarius rufus) ha edificado su precioso nido de barro mostrando que a partir de aquí, es la naturaleza la que manda. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

La vida natural en el Pantanal vive condicionada por los pulsos de inundación y sequía que se suceden anualmente y que modifican drásticamente el paisaje y la accesibilidad a los pastos de las haciendas ganaderas. Septiembre es un mes de mínimos, el agua está ceñida a ríos, caños y encharcamientos dispersos, y en ellos se concentra la fauna. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

 

Yacarés (Caiman yacaré) a cientos. Esa es la impresión tras de recorrer unos pocos kilómetros del Pantanal norte. En cualquier humedal que mires allí están, dando cuenta el maná de peces que bulle en los remanentes de agua después de varios meses sin lluvias. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

Gran parte del Pantanal son ranchos privados, las llamadas fazendas, de modo que el tradicional espacio natural protegido tiene aquí poco desarrollo. En la foto avetigre colorada (Tigrisoma lineatum) sobre construcciones de las termitas del género Cornitermes. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

El ganado cebú recorre en extensivo pastos entre humedales y bosques naturales. El resultado es un ecosistema equivalente a una sabana, dado que las inundaciones impiden intensificar el aprovechamiento. Hoy en día, muchas de estas estancias ganaderas complementan sus ingresos con el ecoturismo. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

 
Entre las aves, una de las especies más emblemáticas del Pantanal son los enormes jabirús (Jabiru mycteria). A su espectacularidad se une la facilidad para observarlos, dado su carácter confiado, algo que comparten con muchas otras especies que, a día de hoy, no sienten la presencia del hombre como una amenaza. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.


La concentración de peces en los caños de agua mermados proporciona un recurso accesible a los martínes gigantes neotropicales (Megaceryle torquata). Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

El ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus) es el cérvido mayor de América del Sur y es una especie bien adaptada a estos ambientes con unas pezuñas distensibles con membrana interdigital que le facilitan en movimento por estos terrenos inundados. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

De junio a octubre la floración de los árboles conocidos en Brasil como ipés (Tabebuia sp), transforman los bosquetes del Pantanal en un lienzo de rosas y amarillos. La floración de estos árboles copa las ramas que, en ese momento, están sin hojas. En la foto un busardo sabanero (Buteogallus meridionalis) en un ipé rosa (Tabebuia rosea). Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

La cardenilla piquigualda (Paroaria capitata) es una de las pequeñas aves más características y llamativas de los medios inundados del centro y sur del continente. Carretera transpantaneira, Mato Groso, Brasil, Septiembre 2025. Foto: César María Aguilar Gómez.

lunes, 1 de septiembre de 2025

¿Cómo te contarías si tuvieras que hablar de ti?

Ese fue básicamente el ejercicio que la escritora Noemí Sabugal nos planteó en el “Curso de iniciación a la escritura de no ficción” en el que he andado metido un par de meses de este año: escribir una breve biografía de uno mismo.

Pudor, ego, imagen, relato, son cuestiones que surgen cuando uno se pone a intentarlo. Algo de eso ya lo había experimentado al redactar una reseña autobiográfica para mi libro, así que decidí empezar por ahí. Y esto es lo que me salió:

César María Aguilar Gómez nació en Logroño, a orillas del Ebro. Pasó sus primeros años de vida emulando a Tom Sawyer entre huertas y encinares, persiguiendo mochuelos y atiborrándose de higos y moras. Pronto entendió que no podría mantener por mucho tiempo aquel modo de vida, así que tramó hacerse biólogo. En León, con un pie en la universidad y otro rastreando osos en la Cordillera Cantábrica, logró su propósito.

De vuelta a La Rioja estudió aves esteparias y desarrolló una alergia a las gramíneas, recorrió el Ebro en kayak y aprendió a volcar con estilo, censó nutrias pero solo alcanzó a ver sus excrementos. Entre ensayos y fracasos aprendió de un puñado de animales invisibles, de aquellos de los que hasta se sospecha de que existan, lo suficiente como para ganarse la vida: del visón europeo, de la ganga ortega, del castor, del buitre leonado, del desmán, del aguilucho cenizo, del lobo, del galápago europeo, del alimoche, del cangrejo de río, del lirón gris o del pez fraile entre otros.

Con el tiempo, encontró en los viajes otra manera de recuperar aquel continuo descubrir de la infancia. Visitó más de treinta países y lo contó en un blog solo por el placer de hacerlo, y el año de la COVID-19 publicó Biólogo en salsa verde, un libro sobre su búsqueda de primates endémicos y en peligro de extinción en los bosques nublados del Perú y sobre los ambientalistas que los conservan. Últimamente viaja a África para documentar un libro sobre regiones naturales del continente que anda escribiendo un amigo suyo.

Hace un par de años, cuando la vista cansada empezó a pisarle los talones, decidió poner el nombre del síndrome a uno de los dos grupos en los que toca la guitarra todas las semanas, una Fender Jazzmaster cuando lo hace con PRESBICIA  y una Eastwood roja de media caja con BUMBLEBEE TRÍO. En ambos se apropian de repertorio ajeno sin miramientos: soul, jazz, rock, blues y funk mayormente.

Algunos días, al acabar la jornada, los párpados se le desploman como a una muñeca Nancy y cae en un profundo trance del que, a duras penas, sale a ronquidos, pero, hasta la fecha, todos los días siguientes ha conseguido levantarse sin secuelas aparentes. Sabe que es una suerte que no le durará siempre así que, de momento, sigue la estela de su buena estrella.

Buscando fauna sahariana en las hamadas del Tassili N'Ajjer de Argelia, feliz de haber localizado un lagarto de cola espinosa (Uromastyx alfredschmidti). Abril 2022. Foto: Iván A. Sánchez.

Tocando repertorio ajeno con PRESBICIA en la Sala Fundición de Logroño y la Fender Jazzmaster. Octubre 2024. Foto: Alberto Ramos.
 

Dedicando ejemplares de Biólogo en Salsa Verde. Viaje a los bosques nublados del Perú en la presentación del libro en Tobía (La Rioja). Marzo 2023. Foto: Ruth Escobedo.
 

Alucinando con la flora afroalpina de la Cordillera de Los Aberdares (Kenia) y los gigantes Dendrosenecio. Agosto 2021. Foto: César María Aguilar Gómez.
  
Tocando en las Fiestas de La Vendimia de Logroño en el escenario Parque Gallarza con BUMBLEBEE TRÍO + GEMMA. Septiembre 2024. Foto: Alberto Ramos.

martes, 19 de agosto de 2025

La isla

Hay una isla en el Ebro que se diría poca cosa, que por no ser ni siquiera es natural. Donde ahora emerge, en los años 80 solo estaba la lámina de agua del azud de un antiguo molino situado en la margen izquierda debajo del Puente de Piedra de Logroño. Así lo veíamos cuando cruzábamos ese puente que traía a los peregrinos del Camino de Santiago a la ciudad.

En aquella década, la isla no existía. Lo que sí había era otra, natural, alargada, irregular, cambiante, de grava, con chopos, sauces y fresnos, justo debajo del azud del molino. En lugares así las corrientes dictan al Ebro que deje sus sedimentos que luego la vegetación cubrirá.

Fue entonces cuando alguien puso sus expectativas sobre el viejo molino y se propuso transformarlo en lucrativa central hidroeléctrica. Y para ello cambiaron la escollera del azud que cruzaba el río en diagonal, por una nueva y recta siguiendo el trayecto más corto de orilla a orilla.

Afortunadamente, la nueva escollera se diseñó con una pendiente muy tendida, con rápidos y corrientes, y pronto se naturalizó. Pero aquel cambio en la dinámica fluvial podía hacer desaparecer la isla natural y, como medida compensatoria, crearon una isla artificial en la lámina de agua represada, con contornos regulares, escollera y sauces llorones en los bordes para estabilizarla.

Hoy, más de tres décadas después hay dos islas: la natural, aguas abajo del azud, sometida a la dinámica atroz de rápidos y crecidas, y la artificial aguas arriba, estable, atípica, inexpugnable. Con el tiempo, el Ebro la ha hecho suya y la ha cubierto de vegetación natural y su tranquilidad proporciona a muchas especies un sitio seguro y sin molestias.

En ella hay cigüeñas y águilas calzadas criando a pocos metros,  duermen garcetas y martinetes a la noche, los castores han construido su madriguera, descansan las garzas reales y, de cuando en cuando, un martín pescador sale disparado como una flecha azul turquesa gritando sobre la lámina de agua. Un lujo en pleno tramo urbano del Ebro en Logroño. 

La isla artificial del Ebro en Logroño sobre el tramo represado por el azud de la central hidroeléctrica, a la derecha el paseo peatonal y su barandilla que es un punto de observación excepcional para la la vida natural de la isla. Foto: César María Aguilar Gómez.

Ortofoto actual (2023) del tramo del Ebro en Logroño donde se sitúa la isla artificial (como una alubia), la escollera tendida y los retazos de la isla natural aguas abajo.
Ortofoto de 1977 del tramo del Ebro en Logroño donde se observa el azud de en diagonal del antiguo molino y la isla natural aguas abajo. Aún no se había creado el Parque del Ebro que se inauguró en 1993.

Escollera del azud de la central hidroeléctrica, naturalizado, bajo la isla artificial, un lugar al que acuden garcetas blancas, martinetes, andarríos y cigüeñas a pescar en las corrientes. Foto: César María Aguilar Gómez.
Martinete pescando en los rápidos de la escollera del azud, una garza con actividad crepuscular y nocturna. Foto: César María Aguilar Gómez.

En la isla, desde hace algunos años, una pareja de águilas calzadas saca uno o dos pollos en un nido visible desde la barandilla del paseo peatonal. Foto: César María Aguilar Gómez.

El juego de luces que se crea al amanecer sobre la isla genera una escenografía ideal para fotografiar a las garzas reales que descansan sobre las ramas emergidas de sus orillas. Foto: César María Aguilar Gómez.
Martín pescador, la fecha turquesa de las orillas del Ebro. Foto: César María Aguilar Gómez.

Al ponerse la luz de la tarde, los castores salen de la madriguera que tienen en la isla, recorren sus orillas discretos y buscan un lugar resguardado donde salir a tierra para acicalarse un rato el pelaje, comer un poco de hierba y descortezar algunas ramas. Foto: César María Aguilar Gómez.
La vida natural que se contempla en la isla no está reñida con estar en un tramo urbano del Ebro en Logroño. A escasa distancia, al caer la noche, se ilumina el puente de Piedra y las torres de las iglesias del casco viejo (en la foto la aguja gótica y la torre barroca de Palacio y las gemelas barrocas de La Redonda). Foto: César María Aguilar Gómez.



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