martes, 1 de febrero de 2011

Verdecillos en mi balcón

Hembra de verdecillo incubando. C.M Aguilar Gómez.
La primavera pasada tuve una sorpresa inesperada en mi día a día. La verdad es que es algo intrascendente en el curso de la naturaleza pero a mí me mantuvo ilusionado durante unas semanas. Una pareja de verdecillos decidieron elegir el balcón de mi casa para hacer su nido y yo, que andaba poniendo nidales para vencejos y gorriones en la fachada, me quedé con cara de bobo al ver como me la jugaban los verdecillos. Ni se me había ocurrido que a estos bichos les pudieran interesar unas esparragueras en un tercero de una calle estrecha de la parte vieja de Logroño donde vivo. El caso es que construyeron su nido en un par de días y en cuanto que nos quisimos dar cuenta zas!...  allí estaban instalados... apartamento en el centro, llave en mano y cuatro huevos para empezar a vivir. Así que decidí comenzar a probar mi nueva cámara de fotos apostado tras la ventana. Creo que desde entonces la señora que vive en frente, de cuyo balcón apenas me separan 4 metros, me mira como un poco raro, eso de acechar cámara en mano por el hueco de la cortina en dirección a su balcón, no sé... no sé..., así de primeras comprendo que puede parecer un poco depravado.



Pollos pidiendo comida. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
De la hembra incubando y de los huevos no quise sacar casi fotos y las que hay no son buenas ya que no quería molestar y fotografiaba a través del cristal. El caso es que a primeros de mayo eclosionaron todos los huevos y… ¡joder! qué bichos más feos... todo carne y un plumón en la cabeza tipo los Fragel. A la semana ya comenzaron a abrir los ojos y unos días más tarde habían empezado a crecerles las plumas y a perder el poco plumón que tenían. La hembra dejó de dormir con ellos ya que apenas cabía allí, pues los cuatro pollos estaban dentro del nido más prietos que las tuercas de un submarino. Manazas de mí, me dije, ahora que ya ha pasado el periodo crítico voy a ver como andan los pollos…, me acerqué, se acurrucaron y cuando fui a echar mano a uno de ellos AHHHHH!, el pánico!!!..., comenzaron a saltar como locos desde el tercer piso. Vaya mala conciencia... con las plumas de vuelo sin desarrollar y sin pensárselo dos veces se fueron directos a la calle San Juan. Para los de fuera de Logroño decir que es un calle peatonal de las típicas de echar vinos en la ciudad.


"Cabeza almendra" al amanecer. C.M. Aguilar Gómez.
Así que, nueve de la noche hora punta de tapeo en la calle y la gente alucinando cuando les caía un pollo encima mientras disfrutaban de un pincho y un vino, os podéis imaginar la situación... DANTESCA!! Por cierto que unos meses más tarde justo en ese mismo sitio pasó varias semanas una mujer del este que toca el acordeón en la calle y cuya canción de más éxito en ese momento era “pajaritos por aquí, pajaritos por allá, la, la, la, laaaa...”, sí la de “María Jesús y su acordeón” de nuestra infancia. Qué también habría sido casualidad, pero bueno esto de los verdecillos fue unos meses antes. En fin al grano que me despisto, el caso es que tras el salto de los bichos me planté en un periquete en la calle y conseguí recuperar los cuatro pollos, y eso que uno ya se lo llevaba una señora y los otros se habían atrincherado en portales y tras las barricas de vino que sacan los de los bares afuera.


Macho cebando a los pollos. C.M. Aguilar Gómez.
Con los cuatro bichos en la mano todo temblorosos subí de nuevo al balcón para colocarlos en el nido y dándole vueltas al coco ¿se habrán roto algo?... ¿aguantarán el golpe? me los he cargado... seguro que me los he cargado ¡manazas! Bueno parecía que ya todo sería fácil pero no... a ver quien consigue meter en ese nido tan chiquito esos cuatro pedazo de pollos, así que los tres primeros bien pero el tercero era un auténtico “tetris”. Entre el aparta ese ala de ahí para que entre tu hermano y así, zas!... otro salto al vacío y de nuevo un pollo abajo que fue a caer en medio de una cuadrilla de chiquiteros del barrio. Escalera abajo, escaleras arriba, y ya van dos veces en un tercero sin ascensor, y a colocar al cuarto en discordia. Esta vez opté por dejarlo suavemente encima de sus hermanos y… ¡ala! a buscarse la vida, que si no espabilas te quitan la merienda salao! Vamos, eso o ya me veía otra vez bajando a la calle a por ellos. Poco a poco fue haciéndose un huequillo sin prisa entre sus hermanos, que un tercer salto ya le debía parecer mucho, y a dormir que mañana será otro día. 


Macho con ceba en el pico. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Por fin, al día siguiente pude respirar tranquilo al ver que los cuatro estaban bien y bastante activos…, desde luego es que ¡estos bichos son más duros! Ambos padres fueron llegando a cebarles con normalidad y con buena luz pude sacar algunas fotos mejores que otros días. De todas formas los reflejos de las fotos son por el cristal de la ventana, ya que visto lo visto no me fiaba que en cuanto abriese el balcón no les diera por tirarse de nuevo. Al cabo de un par de días ya estaban muy inquietos y no veas como habían crecido de rápido. Como esos días andaba trabajando en casa pude estar al tanto y ver la evolución de la pollada. A media mañana ya se habían ido tres del nido y andaban por los balcones de los alrededores, incluso a uno había ya se le oía por el tejado. Aunque había cuatro sitios contados donde podían estar, no llegue a ver a ninguno de ellos, solo los oía reclamar continuamente para mantener el contacto con los padres. 


Gato atento a los verdecillos. Foto: C.M. Aguilar Gómez
A ultima hora de la mañana del mismo día, el rezagado que se había quedado solo ya se había ido también del nido. Aunque no vi saltar directamente a ninguno de ellos, creo que ninguno debió caer a la calle, pero si lo hubieran hecho a esas horas estaba lo suficientemente tranquila como para que hubiesen librado. Al final, igual hasta les había venido bien muscular un poco el día del salto y tener el miedo en el cuerpo para poder salir con éxito de ese momento tan delicado. Durante ese día y alguno más, estuve escuchando continuamente los reclamos sin llegar verlos, pero el que no quitaba atención ni a los padres cebando ni a las llamadas de los volantones fue el gato de un ático de enfrente. Suerte que allí no fue a parar ninguno de los pollos y que el gato no tenía manera de llegar a ellos, que si no la cosa aún podría haber acabado distinta. Finalmente con el paso de los días fui dejando de oírles así que debieron de cambiar de zona a medida que los volantones pudieron ganar confianza y volar más lejos. Aún estos días de invierno cuando salgo a regar las esparragueras me quedo mirando el nido que no he querido quitar, en fin debe ser lo que dicen el síndrome de “nido vacío”, ¡snif! Ahora se que si tengo unas esparragueras frondosas tengo más posibilidades que poniendo nidales a esos ingratos gorriones y vencejos que no acaban de decidirse, y que tras las obras de la fachada de enfrente han dejado de cría donde lo hacían. Pues lo dicho, seguiré regando a ver si hay suerte de nuevo esta primavera.

1 comentario:

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